lunes, 20 de octubre de 2014

Vida Literaria


La vida literaria es en cualquier parte muy difícil, muy áspera, cuando se es intelectualmente responsable y se es de veras escritor. Si uno toma a la literatura como la fácil posibilidad de escribir un libro o un poema y después ser llamado para siempre “poeta” o “escritor”, entonces la vida literaria no tiene más dificultad que la que ofrece la vida misma en general, pero si se trata a la literatura como destino; si se es poeta desde los pies al cráneo y se afrenta la vida con toda la sensibilidad posible hacia ella, entonces la literatura es densamente cruel, y sus satisfacciones no pasan de ser bravísimos destellos solos en el alma, hacia adentro. Ser verdadero es duro, y trabajar deja solos. A la verdadera, la única soledad que existe no se la busca. Apenas uno es cierto y profundo, apenas uno arremete con su trabajo contra la mediocridad circundante, la soledad viene, como llamada por un imán.
La caterva de los “acompañados” —los compadres— se perdonan ese tipo de soledad que viene sola al ser que trabaja y escribe y se esfuerza. ¿Cómo le van a perdonar los que viven de su pequeño nombre parroquial, de su fama, a los que viven de escribir sin importarles que su nombre se aviente, que trabajan? Es una afrenta a su mediocridad, un insulto casi directo a su anonimato espiritual, a su desidia, a su falsedad humana.
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Por eso decía que la vida literaria es difícil especialmente en los lugares en los que abundan los escritores que no escriben. Guardo en mi corazón las excepciones, pero éstas no hacen sino confirmar la espantosa regla general. Resultado de eso es que a esas excepciones les digan que “escriben demasiado”, cuando en realidad hacen lo que deben hacer: escribir. ¿Quién le reprochará a un carpintero que haga muebles? ¿Quién le reprochará al pintor que pinte? ¿Y quién, en definitiva, tiene el menor derecho a reprocharle a un escritor que escriba?

Ludovico Silva

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