viernes, 23 de septiembre de 2011

La Memoria de las Calles de Piedra. 3era Parte.

En esta serie de artículos, escritos con un sentido de urgencia, hemos revisado algunos documentos fundamentales que orientan la acción sensata de la Conservación de los Bienes del Patrimonio Cultural: Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural (1993), Carta de la Conservación y Restauración de los Objetos de Arte y Cultura (1987), Código de Ética de la Confederación de Conservadores-Restauradores (2002). Las referencias pueden multiplicarse, pero no es este momento para citas barrocas y referencias oscuras, ni para alardes eruditos. Es momento comprometerse decididamente con la preservación de la memoria histórica de Santa Ana de Coro y su gente.
Hemos querido llamar la atención, como ciudadanos y corianos, sobre un proyecto que se ha planteado para el futuro de lo que llamábamos en mis tiempos mozos, ya disipados, la Zona Colonial y que hoy llaman el Casco Histórico. Hemos examinado con la urgencia del caso los argumentos que se desprenden de la legislación venezolana y de los convenios internacionales. Ahora consideremos los principios científicos de la conservación preventiva y la restauración, pero antes permítasenos citar un documento dimanado del Ministerio de la Cultura y del Instituto Nacional del Patrimonio: el Plan Integral de Conservación y Desarrollo de Coro, La Vela y sus Áreas de Influencia (PLINCODE) de 2005, señalo que tengo en mi biblioteca la versión resumida, un folletico: “Creemos que el Plan Integral de Conservación y Desarrollo para Coro –escribe Carlos González Batista–, su puerto y su entorno debe fundamentarse no en un ejercicio competente pero desasido de la realidad local, sino en uno comprensivo del carácter particular del hecho urbano; sin esa afinidad resulta impensable la excelencia del resultado.”
Se ha propuesto a instancias del gobierno regional sustituir las Calles de Piedra por adoquines de cemento. El cemento es el enemigo número uno de la conservación del barro. La Carta de la Conservación y Restauración de los Objetos de Arte y Cultura (1987), advierte en el art. 7, párrafo d: “En el campo específico de la arquitectura, la experiencia de los últimos veinte años ha enseñado a desconfiar de las inserciones ocultas de materiales especiales como el acero, el hormigón pretensado, las "costuras" armadas e inyectadas con argamasas de cemento o de resinas, a causa de su capacidad de invasión, poca duración, irreversibilidad y relativa escasa fiabilidad.” Paolo Scarpellini, ingeniero y arquitecto, quien estuvo en Coro en 1995, declaró: “El concreto, el cemento aplicado en la restauración, o en el mantenimiento resulta perjudicial para los edificios antiguos. El concreto no hace respirar a las edificaciones con muro de barro, ni de ladrillo, ni de piedra. El muro antiguo necesita la salida interna del agua, pues siempre se humedece y seca. Ella necesita salir libremente del muro.”

La propuesta de sustituir las Calles de Piedra por adoquines equivale a encofrar en un ataúd de cemento la zona declarada como Patrimonio Histórico de la Humanidad, de allí que se imponga una visión del conjunto urbanístico y no un puñado desarticulado de soluciones parciales y aisladas. Quienes tengan dudas sobre lo negativo de sustituir las Calles de Piedra por adoquines de cemento pueden darse una caminata de pesadilla por el paseo Talavera y explorar el colapso de la que fuera la primera Sinagoga en Tierra Firme o la cuneta de adoquines en una esquina de la calle Comercio y su fantasmal cortejo de casas en ruinas.

Al tratar la sismicidad de una ciudad como Coro, señala Scarpellini: “Además de la anotada vida breve del concreto, éste tienen un grado de rigidez muy diferente al de los materiales tradicionales. Tiende inclusive a producir movimientos al interior de las estructuras que no son compatibles, en el caso de un sismo. Cuando ocurre un sismo la viga de concreto vibra como un martillo neumático, agrietando las paredes en ciertos casos, derrumbándolas. Las estructuras tradicionales tienden más bien a agrietarse adsorbiendo el movimiento.” (Véase Paolo Scarpellini, Introducción a: Carlos González Batista: Coro, Historia de su Conservación Monumental, 2002).

Sin necesidad de recurrir a las fuerzas desatadas de la Madre Naturaleza, podemos hacer un experimento mental: imaginemos la cantidad de energía necesaria para romper con taladros neumáticos las calles empedradas y la dispersión de las vibraciones en todas direcciones, la forma en que afectarán al suelo de arcillas expansivas y a las construcciones en el perímetro. Para decirlo en criollo: aquello temblará como un majarete. Las conclusiones del experimento: será necesario multiplicar por un factor desconocido pero amenazante el número de casas patrimoniales severamente afectadas o derrumbadas en un futuro cercano.

Durante las lluvias de diciembre de 2010, fui testigo del desplome de una de las paredes de la casona donde vive Carlos González Batista. Lo vi caer desde el agrietado Balcón de los Arcaya. Aquello me pareció un mal augurio. Por esos mismos días un puñado de hombres rescatamos el mobiliario de la Primera Sinagoga en Tierra Firme debajo de los escombros de un techo colapsado, a la sombra de paredes que amenazaban caernos encima en cualquier momento. Seguí en las noticias regionales le relación de la caída de una casa de barro tras otra, hasta que sumaron sesenta y nueve (69). La imagen de casas antiguas viniéndose abajo es algo muy personal y me gustaría evitarla en la medida de mis posibilidades. Por ello he escrito esta serie de artículos para mi mismo y mis conciudadanos. Cito una vez más la Carta de la Conservación y Restauración de los Objetos de Arte y Cultura, uno de los abundantes documentos que han de servirnos como guía: “Las medidas de conservación se refieren no sólo a la salvaguardia del objeto singular y del conjunto de objetos considerados significativos, sino también a las condiciones del contexto ambiental, si bien verificado éste como históricamente pertinente y favorable, ya sea desde el punto de vista físico, como desde el del mantenimiento ordinario.”

En estos escritos hemos considerado la relación de las casonas patrimoniales con las Calles de Piedra como un todo histórico y urbanístico. Desde esta perspectiva, la destrucción de las calles empedradas y su sustitución por adoquines debe ser considerada como una intervención mayor, una mutilación de la historia contemporánea de la ciudad. Uno de los principios cardinales de la moderna perspectiva de la conservación preventiva es el principio de la menor intervención posible. Este es uno de los pilares en cualquier plan de conservación medianamente sensato, en caso de existir tal plan de conservación... En una entrega anterior recomendamos a los entes responsables (a la espera de que se muestren competentes) consultar con especialistas en el tema y con los consejos comunales o cuanto menos hacer una búsqueda sistemática de documentos en internet. Y no hay que ver en esta recomendación ironía alguna, pues buena parte de mi biblioteca personal sobre Conservación Preventiva y Restauración tienen su origen en el ciberespacio. Así que no es cuestión de dinero informarse adecuadamente sino de voluntad y responsabilidad.
Pero no estamos tratando en estas líneas sobre temas virtuales sino con el Patrimonio Cultural del los corianos. No hay en esta declaración provincianismo ni chauvinismo alguno: este patrimonio nos interesa primero a los corianos: a quienes vivimos aquí, vengamos de donde vengamos, hayamos ido a donde hayamos ido, y aun puede que físicamente nos hayamos quedado allá lejos, pero nuestros afectos y querencias están en el terruño nativo, de adopción o, simplemente, de paso. En ese sentido, es que hablo de corianos. Y es en este sentido en que señalo las responsabilidades.

Mgs. Sc. Camilo Morón

lunes, 19 de septiembre de 2011

Adiós al Maestro Peniche en un Trazo



Me hago cargo del hecho inapelable de que tu vida se ha terminado (sin que sea para nadie una sorpresa) y el hecho incontestable de que viviste la vida de acuerdo a tu Credo sencillo y exigente: el Arte. Apenas he macerado un poco las palabras en el cuenco del corazón, triturado en el cerebro las emociones en esta hora que anuncia la noche, pues mueres con el día. Ante la hoja donde lentamente se desangra la idea, dibujo un boceto: humildad infinita unida a una dulzura también infinita en tus últimos días llevados modesta, calladamente en la Casa del Artesano, entre algunos amigos y la pobreza. Y este último asilo aún debe ser agradecido a unos pocos.
En esta hora la idea de la Seguridad Social de los artistas se discute en los escenarios de la política nacional, esta discusión, esta pirotecnia escandalosa, ni ninguna otra, puede ya interesarte, ni conmoverte, ni molestarte, ni cambiar un gramo de polvo en la escena de tu adiós pobrísimo. Recuerdo nuestra postrera conversación con un dejo de irrealidad, como una clase dada en un sueño. Las muchachas te saludaron, se tomaron fotografías contigo, pues te presenté como lo que eras: una gloria de las artes plásticas (algo así como el abuelo venerable de todos los pintores falconianos). Entrambos cambiamos signos cómplices al verte rodeado de aquellas bellezas tropicales, iluminadas con la luz de tus pinturas, dibujadas con tus pinceladas codiciosas, ligeras y amables.
Llamaste mi atención sobre un dibujo donde se veía un mozo desgarbado que apoyaba indolente el pie en una pared, una postura de garabato que tenía tanto de desidia como de irreverencia. Me dijiste que era una estampa típica de la ciudad que calladamente ibas dejando, de aquella Coro más humilde, campesina, con una pata en el conuco y otra en el barrio, aquella Coro de seretones y policías sudados, de vendedores de agua y urupagua, de aquella Coro menos pretenciosa pero igual de hipócrita que la ciudad presente.
Una de las verdades fundamentales del Universo es que la energía no se crea ni se destruye. Cuando el artista moldea el barro con sus manos, talla con cuchillo y buril la madera, acecha los sonidos para darles proporción de melodía; cuando el artista, como lo hiciste tú, maestro Peniche, cabalga las líneas y doma como si fuesen caballos salvajes los colores, amarra al paso de la imaginación las siluetas de tiempos idos, trasmuta la energía en un testimonio que sobrevive al tiempo tanto como es contemplada la obra e inspira en otros un eco, el rescoldo del acto creador que acerca al artista a Dios, pues el Arte es una manera de oración.
En esta hora, cuando mueres pobre, me acompaña un consuelo: el afecto de los mejores fue tu homenaje y tu riqueza. Los pintores, sobretodo los pintores, siempre te trataron con la deferencia que merece un caballero, un hombre amante y amado de las Musas. Ese respeto, ese afecto se queman como una vela, despiden su aroma como un incienso, esos tributos ofrendados en vida me aseguran que la siembra de tu arte germina, venciendo con un trazo y para siempre a la muerte.

Camilo Morón

Estampas personales: en los petroglifos de Vigirima. Estado Carabobo.(nótese el logo anarquista).

Estampas personales: en los petroglifos de la playa de Cucuruchú. Estado Falcón.

La Memoria de las Calles de Piedra. 2da Parte.



Estas líneas pudieron haberse titulado la desmemoria urbana de Coro. Si así no ha sido es porque tengo la esperanza que el buen criterio se imponga y los vecinos de la ciudad, sus habitantes (uso estas palabras con toda su carga emocional) seamos dignos de la herencia cultural de nuestros ancestros. En la primera entrega de estas reflexiones, hice referencia a las declaraciones del Gerente General de CORFALTUR y el Secretario General de Gobierno sobre la futura intervención en la zona declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Aquella declaratoria del 9 de diciembre de 1993 se fundaba en un tipo de arquitectura y en los materiales de construcción: colonial y barro, en dos palabras. Pero, y este pero es muy importante para lo que sigue, el patrimonio cultural no es sólo establecido por las instituciones. Lo es también por la sanción de la memoria cotidiana, el recuerdo del hombre y la mujer de a pie o que va en carrito por puesto o en camionetica. El patrimonio cultural no es potestad, ni capricho, ni coto de caza de los funcionarios públicos. Mi argumentación no es política. Está sustentada en la legislación patrimonial venezolana, los acuerdos internacionales y los criterios científicos de la conservación preventiva y la restauración. Pero antes permítaseme un reclamo a la memoria:
La imagen de las calles de piedra es icónica, es tan distintiva de Coro como los médanos, el calor, los cujíes, el “chuchuve rabilargo de amoroso cantar”, como lo llamó Don Mariano Picón-Salas. La imagen de las calles de piedra es tan característica de nuestra ciudad primada como la estatua del Diao Manaure, como el valse “Sombra en los Médanos”, como las sillas de cuero e chivo, como la arepa pelada, la natilla, como la empanada de cazón, como el cocuy y el ocioso que parado en una esquina apoya indolente el pie en la pared, pintado en irónica estampa por artistas costumbristas y caricaturistas mordaces. El corazón de la Coro histórica son sus calles de piedra. Puede que se trate de una obra inspirada en los criterios superados del restauro estilístico de Eugéne Viollet-le-Duc: así nunca fue, pero debió haber sido. El conjunto urbanístico tal y como al presente está dispuesto es un escenario, y esto bien lo han entendido cineastas y documentalistas. Y si nada de esto es suficiente, es el escenario del presente.
Hagamos a un lado al corazón y demos prioridad a los documentos internacionales. La Carta de 1987 de la Conservación y Restauración de los Objetos de Arte y Cultura, advierte en el art. 6, párrafo b, contra “remociones o demoliciones que oculten el paso de la obra a través del tiempo, a menos que se trate de limitadas alteraciones perturbadoras o incongruentes respecto a los valores históricos de la obra o de complementos de estilo que la falsifiquen.” Este pasaje ha sido largamente debatido entre especialistas de distintas disciplinas; grosso modo hay dos tendencias: la de respetar el devenir de la obra y la de intervenir y suprimir elementos. Por lo general, los historiadores, etnólogos, sociólogos y otros profesionales de las ciencias humanísticas se pronuncian a favor de la primera tendencia. Ingenieros y arquitectos suelen optar por la segunda. Esto no es una regla y no siempre se cumple. Hay ingenieros y arquitectos que tienen una visión profundamente histórica de la conservación, así como hay historiadores con muy poco respeto por la historia.

Nuestra opinión es que las calles de piedra –que datan de 1969– constituyen un testimonio de la historia del conjunto urbanístico, entiendo la relación de los inmuebles coloniales y las calles empedradas como un todo. Su destrucción y sustitución por adoquines constituye la negación de los convenios internacionales en cuanto a preservar la historia del conjunto urbanístico. El ejemplo más desafortunado –especialmente para los corianos– de un desatino de este tenor lo constituye la restauración de la Catedral de Coro, cuya consecuencia fue no ser declarada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad, debiendo conformarse con la modesta declaratoria de edificio de “interés histórico”, y todo por obedecer los caprichos estetizantes de una visión esencialmente arquitectónica y anti-histórica. No es este lugar para profundizar en el tema, sólo lo citamos a título de ejemplo y advertencia.

Según el Código de Ética promovido por la Confederación de Conservadores-Restauradores, aprobado en su Asamblea General (Bruselas, 1 de marzo de 2002): “La restauración consiste en la acción directa realizada sobre el patrimonio cultural dañado o deteriorado con el objetivo de facilitar su percepción, apreciación y comprensión, respetando en la medida de lo posible sus propiedades estéticas, históricas y físicas.” Si consideramos el casco histórico como un todo urbanístico, las calles empedradas pasan a ser elementos históricos del conjunto y en consecuencia atributos de la obra. Ese mismo documento especifica que: “La conservación preventiva consiste en la acción indirecta para retardar el deterioro y prevenir el daño creando las condiciones óptimas para la preservación del patrimonio cultural mientras sea compatible con su uso social.” La cuestión del “uso social” implica que se trata de los Bienes Culturales de todos. Y aquí conviene preguntar: ¿los documentalistas y los cineastas que suelen grabar en las calles de piedra han sido consultados? Apuesto fuertes a lochas a que no, no han sido consultados. La Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda imparte la Licenciatura en Conservación y Restauración de Bienes Muebles. Según el Código de Ética del Conservador-Restaurador, este “es un profesional que tiene el entrenamiento, el conocimiento, las habilidades, la experiencia y la comprensión para actuar con el objetivo de preservar el patrimonio cultural para el futuro.” Pregunto: ¿Han sido consultados los estudiantes y profesores de esta carrera universitaria sobre un asunto tan importante para la ciudad y su herencia patrimonial? No puedo responder por los demás, pero a título personal digo: No. Tengo entendido que se han realizado reuniones tormentosas con los Consejos Comunales del Centro. Pero esta es una política errada: el Patrimonio Cultural de la ciudad no interesa a todos, así vivamos en la Cruz Verde, como vivo yo. En la 3era y última entrega trataremos los aspectos científicos y técnicos de la conservación preventiva de la otrora llamada Zona Colonial.
Mgs. Sc. Camilo Morón

La Memoria de las Calles de Piedra. 1era Parte.



Me mueve a escribir estas líneas un sentimiento de urgencia. Como historiador, etnólogo, historiador del arte, docente e investigador universitario, debo fijar una posición absolutamente clara y afrontar, como decía el maestro J. M. Cruxent, “las muchas consecuencias de la verdad”. Escribo estas líneas como coriano, como alguien que ama y le duele la ciudad, que la ve en su presente desde la profundidad humana de su herencia material e inmaterial: la Curiana ancestral de los Caquetíos, la Santa Ana de Coro de los conquistadores europeos del siglo XVI, simplemente la maltratada Coro de los días que pasan.
Podría escribir desde las tintas coordenadas del corazón, pero opto por una argumentación sustentada en la legislación venezolana, en los convenios internacionales, en los modernos criterios científicos y técnicos que guían la conservación y la restauración de los bienes patrimoniales.
Recientemente se han dado una serie de declaraciones más o menos oficiales sobre la expropiación de tres casonas declaradas por la UNESCO como Bienes Culturales del la Humanidad: Casa del Sol, Casa de las Ventanas de Hierro y Casa del Tesoro. En esas mismas declaraciones se anuncia una intervención importante en el conjunto urbanístico que implica la destrucción de las calles empedradas y su sustitución por adoquines: “…la restauración del inmueble va a estar acompañada de la renovación de las calles, con aceras más anchas, de manera que la calzada quede más reducida, dándole un carácter mucho más peatonal”, explicó Agustín Gutiérrez, Gerente General de CORFALTUR (Nuevo Día, 3 de agosto de 2011). Por su parte, el Secretario General de Gobierno, José Luis Martínez, afirmó: “Vamos a tener un casco histórico vivo, rehabilitado, que permitirá actividades culturales, recreativas, históricas, económicas e incluso se está hablando de cambiar las calles de piedra por adoquines para permitir el paso de caballos y carretas propios de la época.” (AVN, 3 de agosto de 2011). Según Martínez, el proceso será amistoso: “Una expropiación con justiprecio y pago. No es un proceso de apropiación indebida. Nosotros somos un gobierno responsable.”
La Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural (Gaceta Oficial de la República de Venezuela, 3 de octubre de 1993, Número 4.623. Extraordinario) es el marco legislativo que regula lo referente al estudio, gerencia, investigación y un largo etcétera en materia del Patrimonio Cultural en Venezuela. En el art. 2 establece: “La defensa del Patrimonio Cultural de la República es obligación prioritaria del Estado y la ciudadanía.” Se trata de una obligación compartida, y al escribir estas líneas cumplo con un deber ciudadano. Esa misma norma jurídica establece en el art. 5 que “corresponderá oficialmente al Instituto del Patrimonio Cultural (I.P.C) todo cuanto atañe a la defensa del Patrimonio Cultural”. En los 52 artículos que suman el cuerpo de esta Ley, sólo volveremos a leer la palabra ciudadano una vez más: en el art. 44, que reza: “Quedan obligados a una participación activa en pro de la defensa, rescate y conservación del Patrimonio Cultural de la República todos los ciudadanos que habiten en su territorio.” Desde el art. 44 hasta el art. 48, ambos inclusive, quedan establecidas las sanciones y penas a quienes destruyan, deterioren o dañen el Patrimonio Cultural de la Nación, ya sea por acción criminal o impericia en su profesión: de 2 a 4 años de cárcel y multas de cinco mil (5.000) a diez mil (10.000) días de salario mínimo. La Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural tiene dos atributos que la distinguen de manera conspicua entre todas las normas legales de la Nación: es una de las pocas leyes que limita el derecho de propiedad privada y prela sobre otras leyes, como la Ley Penal del Ambiente.

Curiosamente el art. 3 de la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural, que “limita y desnaturaliza los atributos del derecho de propiedad”, no ha sido citado en esta historia que comienza oficialmente con las declaraciones del Presidente Chávez, en cadena nacional, aprobando 80 millones de Bs.F. para la rehabilitación de las zonas declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad en Santa Ana de Coro y su Puerto Real La Vela, autorizando la expropiación de las casas patrimoniales que “están abandonadas” (AVN, 30 de julio de 2011).

En la 2da entrega, haremos referencia a los convenios internacionales y a los criterios científicos que orientan la acción de la conservación preventiva y la restauración de los Bienes Patrimoniales, ello con la esperanza (acaso sin sentido) de influir en la acción de los entes responsables (y esperamos que competentes) y no quedarnos sólo con la amarilla estampa de las calles de piedra tatuada en la memoria o encontrarlas en el azar melancólico de un álbum de fotografías de tiempos mejores y pasados compilado por Don Tito Guerra.

Mgs. Sc. Camilo Morón