En Santa Ana de Coro y su puerto real La Vela, pueblos distintos fusionaron sus saberes para dar origen a la arquitectura tradicional del barro de estos paisajes. Los indígenas aportaron el conocimiento de los materiales, técnicas constructivas, sin olvidar la mano de obra aculturada y explotada. Los europeos trajeron de ultramar planos, usos y las ansias de perdurar. Los criterios que consideraron los delegados de la UNESCO para incluir estos escenarios urbanos entre los Bienes Culturales de la Humanidad son: CRITERIO IV: “Ofrecer un ejemplo eminente de tipo de edificio, conjunto arquitectónico, tecnológico o paisaje, que ilustre una etapa significativa de la historia humana.” Coro y La Vela son testimonios de un tipo de construcción en barro en la que convergen distintas tradiciones en un tiempo y un espacio singular. Se hacen presentes las modalidades constructivas del bahareque, el adobe y la tapia que ilustran un período histórico significativo. CRITERIO V: “Ser un ejemplo eminente de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la interacción humana con el medio ambiente específicamente cuando esta se vuelva vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles.” Al sustrato constructivo de fuerte carácter mudéjar, donde convergen la tradición constructiva aborigen y el sabor hispano, se agrega, desde la segunda mitad del siglo XII, el influjo arquitectónico holandés, a través de las vecinas islas de Curazao y Aruba, en un capítulo único e irrepetible de la arquitectura de todos los tiempos.
Paolo Scarpellini considera que para recomponer el “mosaico de la sabiduría constructiva” de los antiguos maestros albañiles es necesario comparar de manera cruzada la información que proviene de diversas fuentes: libros y manuscritos de la época, documentos originales de la construcción, imágenes del lugar, examen de los sitios con los restos contemporáneos y toda posible información oral que provenga, si es el caso, de sobrevivientes que conozcan las técnicas constructivas. De cara a la conservación de estos espacios históricos, recomendaba Carlos González Batista: “Hay mucho que aprender de nuestros artesanos, de su modo de tratar los materiales, los elementos constructivos, de la forma fluida con la que la historia encarna en ellos, sin saberlo, sin énfasis, naturalmente.”
La restauración de los bienes culturales, ya se trate de un fragmento de cerámica arqueológica, de una estación de arte rupestre o de un urbanismo histórico, está siempre orientada por cuatro principios esenciales, que mnemotécnicamente pueden ser asociados a los cuatro puntos cardinales o a los cuatro jinetes del Apocalipsis, y cuya infracción deviene en intervención que no en restauración. Estos principios son: 1. Respeto por el original. 2. Mínima intervención posible. 3. Documentación y 4. Reversibilidad
Pese a la claridad de estos principios, muchas de las acciones sobre el patrimonio arquitectónico en Coro y La Vela caen en la intervención flagrante: El cemento armado tiene una vida relativamente breve que puede ser alargada un poco con mucho mantenimiento y cuidado, con intervenciones costosas; al final, se produce la oxidación del hierro con su consecuente aumento de volumen que termina por fracturar el cemento. El friso de cemento y las pinturas acrílicas forman una película impermeable y no permiten la necesaria transpiración del muro. La resina y el plástico son materiales sintéticos más vulnerables de lo que se creía en un principio, cuyas complejas moléculas están destinadas a la ruptura. Estos materiales son adecuados para una construcción rápida y barata pero “desechable”. El uso exclusivo de técnicas modernas ha causado una grave pérdida de la edilicia tradicional que se trasmitía a través de la experiencia de los maestros artesanos. Como advierte Scarpellini: “La restauración no puede ser un pretexto para hacer arquitectura nueva en el corazón de la ciudad antigua.”
Camilo Morón.
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