sábado, 11 de octubre de 2014

Arqueología y Paleontología en Falcón: La Verdad y su Historia


La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo salva. Lo salvará su conciencia y en eso me apuesto el alma”, cantaba en Coquivacoa Alí Primera, con sentido de genuino compromiso con los saberes ancestrales, el conocimiento científico, la verdad esencial del pueblo y la memoria histórica. Y en Abrebrecha,  se hizo eco de la sabiduría popular al cantar: “El que vive en la oscurana con poca luz se incandila.” La vocería del funcionariado público, sujeta al caprichoso azar del vaivén del viento político, no es la fuente más calificada para declarar de cara a la complejidad histórica. Recientemente (15 / 12 / 2013)  leímos en la prensa regional estas declaraciones tan inexactas como  desinformadas: “…Será creado el Laboratorio de Arqueología y Paleontología en Coro, en convenio con la Universidad Central de Venezuela…Éste sería la primera institución de este tipo, creada en el país y el estado; así lo informó ayer Merlín Rodríguez, directora general del Gabinete de Cultura y Directora de la oficina Técnica del Instituto de Patrimonio Cultural de Falcón” (sic). Hay quien dice que la información la dio el Vice-Ministro del Poder Popular para la Cultura y otros que fue Barney el Dinosaurio; pero por oficio de historiador  hemos de remitirnos a las fuentes documentales, por volubles y contradictorias que sean. Eso sí: ejerciendo la crítica interna y externa de dichas fuentes: quién dice qué a quién, cómo y por qué.
La historia es un libro cuyas páginas deben ser pasadas, pero no olvidadas y la historia como la vida es muy compleja. Si bien puede ser cierto que el discurso oficial recurre con frecuencia a episodios históricos  –reales o fabulados–, no es menos cierto que las declaraciones y ejecutorias de ciertos funcionarios van en sentido contrario a la evidencia histórica; aquella historia que atesoran la memoria oral, los documentos escritos y  los testimonios materiales como las casonas coloniales  o los yacimientos arqueológicos. Podemos remontar en la memoria reciente, impresa y urbana, un rosario de desaciertos: La edición del “Diario de Bucaramanga”, hecha para la Biblioteca de los Consejos Comunales, incorpora páginas que han sido identificadas como espurias por la crítica histórica desde la década de los 1980: en ellas Bolívar es pintado como un sujeto delirante, alucinado, perverso y soez. El discurso que se leyó en cadena nacional cuando se llevó simbólicamente la tierra de Guaicaipuro del Panteón Nacional estaba tomado de las páginas falsificadas que Rafael Bolívar Coronado –el célebre autor de la letra de “Alma Llanera”, a quien Rafael Ramón Castellano llamó “un hombre con más de seiscientos nombres”–  vendió y con ello timó a Rufino Blanco Fombona y a generaciones de lectores incautos, algunos de ellos pretensos historiadores, que se meten a brujos sin conocer las yerbas ni los ritos. Luis Dovale y los cursantes de la Maestría en Historia que acredita la  Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM) en convenio con la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA),  han denunciado en el desierto de los oídos oficinescos el “memoridicio” de los archivos regionales.  En plena efeméride gobiernera por los 20 años de la declaratoria de Santa Ana de Coro como Patrimonio Cultural de la Humanidad, Carlos González Batista pidió corregir el error perpetrado en el Balcón de Los Arcaya: “La tradición coriana era pintar la madera y ese balcón estuvo pintado de azul claro desde sus orígenes.” Supongo que mi amigo, el artesano Víctor Hernández, artista de la serigrafía tradicional, tendrá que repintar el estampado de sus franelas para ajustarse a la nueva e insólita paleta cromática que hoy desluce en el Balcón de Los Arcaya y con él todos los artesanos que desde tiempo inmemorial han retratado esta icónica casona en azul y en blanco. En respuesta una primera versión de este escrito, Simón Petit  – Director del Instituto de Cultura del Estado Falcón (INCUDEF) – hizo notar que desde que tenía memoria, el Balcón de Los Arcaya había lucido diversos tonos de azules; a lo que hay que precisar que existen métodos científicos para establecer las secuencias cromáticas que alguna vez pintaron las fachadas de las casonas antiguas y que no se conservan casas aisladas, sino paisajes urbanos. Hace poco, haciendo gala de temeridad e insolencia, desde un ente gubernamental surgió la propuesta –en serio– de demoler las calles de piedras y sustituirlas por adoquines, con el vano argumento de que por allí pasara una carreta. La respuesta firme de algunos trasnochadores que hacemos vida bohemia y urbana en la zona histórica y el Paseo Alameda, puso en evidencia el tamaño del desvarío.  La lista de desaciertos es larga, pero no estoy de humor para meter los dedos en tantas llagas.
Decir que ese pretenso Laboratorio en Arqueología y Paleontología “es la primera institución de ese tipo creada en el país y en el estado” es una clara muestra del desconocimiento de la historia de la Arqueología en Venezuela y más señaladamente en la Región Coriana, como Cruxent y Rouse denominaron la especificidad arqueológica del estado Falcón en una obra clásica “Arqueología Cronológica de Venezuela”, cuya edición príncipe data de 1958 y en cuya dedicatoria leemos: “Cruxent desea expresar su gratitud al Museo de Ciencias Naturales del Ministerio de Educación, a la Universidad Central de Venezuela y al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) por el apoyo que prestaron a sus trabajos.” Dos párrafos después: “Ambos autores agradecemos a la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, de Caracas, la oportunidad que nos han proporcionado para estudiar sus colecciones arqueológicas.”  Y más adelante: “Igualmente agradecemos la valiosa colaboración de la Escuela de Sociología y Antropología, de la Facultad de Economía y de las autoridades de la Universidad Central de Venezuela, que han hecho posible muchas de nuestras investigaciones y patrocinaron la presente edición.” Los autores hacen referencia a la edición de 1982. En el Prefacio, Cruxent y Rouse mencionan los nombres de setenta y cuatro (74) investigadores, argumentan con justicia y pundonor científico: “El logro de una obra compendiadora como esta no depende sólo de sus autores, sino también del conjunto de datos reunidos por sus colegas y predecesores, por lo que deseamos reconocer nuestra deuda con todos aquellos que han desempeñado un papel activo o han colaborado directa o indirectamente al progreso de la arqueología venezolana.”
Una breve relación de fechas pondrá en evidencia la hondura de lo que desconoce el funcionariado público que vocifera en la prensa y mutila  la memoria: en 1906, Pedro Manuel Arcaya reúne la primera colección arqueológica en Coro de la que tenemos noticias; lo sabemos por una carta que escribió Arcaya a Lisandro Alvarado por aquellos días. En 1932, Francisco Tamayo realizó excavaciones arqueológicas en el área. En 1935, Gladys Ayer Nomland describe los atributos de la cerámica arqueológica propia de la región. En 1953, Cruxent crea las cátedras de Arqueología y Arqueología de Venezuela en la UCV, de las que fue profesor hasta 1960.  En 1956, Cruxent visita por primera vez los yacimientos de El Jobo, en el valle de río Pedregal, correspondientes al período Paleoindio, cuando los primeros pobladores de Venezuela cazaban los mamíferos de la megafauna pleistocena en ese otro yacimiento clave de la Arqueología y la Paleontología americana que es Taima-Taima, ampliamente excavado y analizado por el Museo de Ciencias Naturales –del que fue directo Cruxent por más de dos décadas–, el IVIC y por la UNEFM.  En 1960, José Royo y Gómez publica “El Yacimiento de Vertebrados Pleistocenos de Muaco, Edo. Falcón, Venezuela, con Industria Lítica Humana.”   En 1959, se crea el Departamento de Antropología en el  IVIC; al respecto escribe Marcel Roche: “No me interesaban los diplomas ni los papeles. Me atraía el hecho que Cruxent era una persona que publicaba y estaba interesado en la formación de jóvenes; también pensé que su tendencia a utilizar métodos químicos y físicos en la Arqueología lo llevaría a establecer nexos con otros departamentos en el IVIC.” A propósito de estas líneas, preguntamos: ¿dónde están las publicaciones especializadas, las horas de docencia, las jornadas de investigación de campo, biblioteca y  laboratorio, de quienes tienen en sus manos la administración del Patrimonio Cultural de los corianos?  Respondemos: No existen. Hay que decir que el rey o la reina están desnudos, al menos en lo que a credenciales académicas y científicas se refiere, y que no hubiesen superado la prueba de un concurso de oposición transparente, como el que quienes ejercemos la investigación y la docencia hemos tenido arduamente que remontar.
En un recuento histórico, apuntó Alberta Zucchi: “Cruxent junto con el Dr. Chuchani, es factor importante en la creación del hoy desaparecido Laboratorio de Carbono 14 del Departamento de Química del IVIC, el primero en su género que ser creó en Sur América.”  En 1976, Cruxent y Ochsenius crearon en Coro el Centro de Investigaciones del Paleoindio y Cuaternario de Suramérica (CIPICS). En 1980, Cruxent crea en la joven UNEFM, a instancias del Rector Tulio Arends, el CIAAP: Centro de Investigaciones Antropológicas, Arqueológicas y Paleontológicas. En Falcón se dio  la clase inaugural de la Asociación Venezolana de Arqueología (AVA). Los aportes del CIAAP requerirían un artículo extenso su sola enumeración: colecciones, documentos, investigaciones de campo y laboratorio, publicaciones. Así, pues, no hay tal primogenitura ni progreso, hay más bien un retroceso sostenido en la escena de la Arqueología venezolana.
Pese a las dificultades presupuestarias y  a la inepcia de quienes han gobernado alguna vez el país, instituciones como el Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez, en la Universidad de Los Andes, Mérida, y el Museo Arqueológico Francisco Tamayo, en Quibor, la Escuela de Antropología, en la Universidad Central de Venezuela, el Departamento de Antropología en el IVIC, el CIAAP en Falcón, han conservado encendida la luz de la investigación arqueológica en Venezuela.
El 16 de septiembre de 2013, en Consejo de Área del Decanato de Ciencias de la Educación, ante el Decano, Directores, Coordinadores y Jefes de Departamento, fue presentado y aprobado el Aula Laboratorio de Conservación y Restauración de Bienes Arqueológicos y Paleontológicos (ALab-CRBAP), adscrito al Programa de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la UNEFM. Correspondió al Mgs. Sc.  Alexis Antequera, Director del Programa, y el Mgs. Sc. Camilo Morón, Coordinador del Área de Conocimiento  Bienes Arqueológicos y Patrimonio Cultural, ganador en concurso de oposición realizado  de credenciales, examen escrito y examen oral el 21 y 22 de junio de 2013, hacer la presentación ante las autoridades universitarias. El 12 de diciembre de 2013, el Decanato de Acción Social le asigna al ALab-CRBAP un aula en el ala Sur, primer piso, Antiguo Seminario de San Francisco. Los días 17 y 18 de diciembre de 2013, los estudiantes de la asignatura Bienes Arqueológicos II  (UNEFM-Municipalizada) dieron entusiastas y amorosamente  dos jornadas de trabajo voluntario para la humanización del Aula Laboratorio.
Las responsabilidades de los crímenes contra  la memoria histórica están repartidas aquí y allá: el gobierno, la universidad, la desidia de los corianos, la mala suerte de los mismos corianos que quedan sujetos a los caprichos de los funcionarios de turno, sus negocios, sus torpezas  y sus prebendas.  Tal el juicio de la historia o por lo menos de un historiador por oficio y vocación. Como valientemente decía el maestro J. M. Cruxent a su hija Teresa: “Hay que pelear por lo que crees, siempre que no creas que eres infalible.  Y de cara a la historia, dijo: “Hay que afrontar las muchas consecuencias de la verdad.”    

Camilo Morón

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