Cucuyos los llama Pedro Mártir de Angleria. Cocuyos les hemos llamado desde la infancia en la antigua sierra de los Jiraharas. Zoónimo indígena. El nombre científico del género es Pyrophorus significa: el que porta el fuego.
Pedro Mártir de Angleria, (C. 1455-1526), nace en Arona, muere en España. Formado en Roma, se traslada a la Península en 1487; estuvo como soldado en la pérdida de Granada por los moros, luego se ordenará de sacerdote, predicador, capellán de la Reina, consultor y finalmente Cronista de Indias. Conoció personalmente a los protagonistas del momento y estuvo en contacto con los documentos y las relaciones escritas. Redactó también obras de historia, pero su labor más difundida y permanente queda en la Historia del Nuevo Mundo o también las Décadas, escritas en latín y traducidas en Madrid (1892).
El que advierte que tiene en su casa estos tan malos huéspedes (como son los mosquitos) o teme que se le entren, procura coger cucuyos, a los que engaña con esta industria inventada por la admirable maestra la necesidad. El que necesita cucuyos, sale de casa en el primer crepúsculo de la noche llevando en la mano un tizón encendido; se sube a cualquier altura próxima donde puedan verle los cucuyos, y, llamándolos a voces, da vueltas al tizón gritando fuerte: cucuyo, cucuyo. Piensan sencillamente algunos que, gustándoles el sonido de la voz que les llama, acuden volando los cucuyos; más yo creo que van al resplandor del tizón porque a cualquier luz acude un enjambre de mosquitos, que los cucuyos se comen en el aire mismo, como los vencejos y las golondrinas.
Cuando ha venido el deseado número de cucuyos, el cazador suelta de la mano el tizón: a veces algún cucuyo se va tras el tizón y se deja caer al suelo. Entonces puede cogerle fácilmente el que lo necesita, como el caminante coge al escarabajo cuando lleva cerrada la cáscara. Otros niegan que suelan cogerse así los cucuyos, sino que dicen que los que van a cazarlos tienen preparadas unas ramas muy frondosas, o anchas telas con las que le pegan al cucuyo cuando va volando alrededor, y le echan al suelo, donde caído está torpe y se deja coger, o, según otros dicen, cuando se deja caer, échanle encima la dicha rama frondosa o la tela y le cogen.
Como quiera que sea, el que ha ido a cazar al cucuyo, cuando ha cogido a este cazador se vuelve a su casa, y cerrando la portezuela de ella le suelta. El cucuyo, volando precipitadamente, da vuelta a la casa en busca de mosquitos; debajo de las camas colgadizas y en torno de la cara de los que duermen, que suelen atacarla los mosquitos, parece que está de guardia para que puedan dormir los allí encerrados.
Otra ventaja útil y graciosa proviene de los cucuyos. Cuantos ojos abre cada cucuyo, tantas luces disfruta su huésped. A la luz del cucuyo, que va revoloteando, hilan, cosen y tejen los indígenas y tienen sus danzas: éstos creen que le gustan las armonías de los que cantan, y que él también ejecuta en el aire los movimientos de los que bailan; pero es que él, siguiendo las varias vueltas de los mosquitos, por necesidad describe muchos círculos volando arrebatadamente por comer. También los nuestros leen y escriben a la luz, que brilla siempre en el cucuyo mientras tiene aquélla su regalada vianda; pero en habiendo apurado los mosquitos, o ahuyentándose ellos, él comienza a tener hambre y su luz va faltando; por eso, cuando observan ésto, abriéndole la portezuela, le dejan ir libre para que se busque la comida.
Otra ventaja maravillosa se saca del cucuyo. Los isleños enviados de noche por los nuestros, caminan más a gusto atándose dos cucuyos en los pulgares de los pies; guiándose por su luz, andan tan bien como si llevaran consigo tantas candelas cuantas luces llevan descubiertas los cucuyos, y aun toman otro en la mano para buscar uthias de noche. Son las uthias cierta clase de conejos poco mayores que los ratones, y eran el único cuadrúpedo que conocían y comían hasta que llegaron los nuestros.
También pescan a la luz de los cucuyos, a la cual arte se dedican muchísimo, ejercitándose desde niños: de modo que al uno y al otro sexo lo mismo les da nadar que andar por tierra. Y no es esto maravilla si se tiene en cuenta el parto de las mujeres, que cuando conocen que se cumple el tiempo de dar a luz se salen al bosque vecino, y allí, agarrando con ambas manos las ramas de algún árbol, paren sin auxilio de ninguna comadre; y corriendo, la misma madre lleva en brazos la criatura al próximo río. Allí, una y otra vez, ella misma se lava y lava al hijo, y lo restrega y le sumerge, y se vuelve a casa sin quejarse, sin hacer ruido, y le da de mamar. Después todos los días, según costumbre, se lavan muchas veces y lavan al hijo. Esto lo hacen todas de igual manera. No falta quien diga que en algunas partes las que van a parir se van a donde hay agua, y allí esperan el parto, poniéndose en disposición (cruribus apertis) para que caiga al agua. Cuéntase por muchos cosas varias respecto a esto.
Fuente: Historia Real y Fantástica del Nuevo Mundo. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1992.
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