sábado, 25 de mayo de 2013

Wiche Colina

Peces abisales. Orquídeas carnívoras, hambrientas como genitales de mujer.  Botellas tatuadas, llegadas desde playas desconocidas, traen en su vientre mensajes de una poesía cifrada. La obra de Luis Ernesto “Wiche” Colina participa de la visión anárquica de los mundos oníricos y el rigor geométrico de un dibujo preciso, exacto, virtuoso. Los Lps que hicieron bailar a nuestros abuelos y a nuestros padres y acompañaron una juventud musicalmente vivida en otra Venezuela, se truecan, virtud a la línea y el color, en obras de arte por derecho propio, adquieren una sonoridad inédita en el espacio.
Wiche Colina se re-inventa a sí mismo en las búsquedas de un lenguaje plástico en permanente renovación. En esta búsqueda nada es dejado al azar. Es como las variaciones de una sinfonía.  En un primer momento, una propuesta estética es austera, minimalista. En el siguiente, el mismo motivo retorna con insólitos abalorios barrocos, florales, frutales. En este juego de reflejos y sombras, el artista pinta su propia fisonomía creativa.
Desde el mural al lado de la carretera, pasando por la obra de gran formato que retrata en lienzo la esencia de un delfín o una tortuga titánicos, hasta las primorosas tarjetas de salutación y las botellas decoradas, el pincel recorre un arcoíris de dimensiones y temas.  Pese a esta variedad –o quizás gracias a ella–, una vez que se ha visto y sumergido en una obra de Wiche Colina, el privilegiado contemplador reconoce sus obras en un nuevo lenguaje expositivo: es como la marca de un fuego personal, un fuego colorido de formas y sugerencias. Ni puramente abstracto, ni desnudamente figurativo, siempre Wiche Colina.

Camilo Morón

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