La historia es un espejo humeante y un telar mágico. Un espejo que devuelve la mirada de nuestros rostros en el cauce del tiempo; un espejo en el que las miradas –interpretaciones, lecturas, enfoques, filosofías de la historia– labran esos mismos rostros; en este espejo las miradas son agentes que modelan aquello que ven. La historia es un telar colorido y sonoro en el que se entrecruzan las innúmeras vidas de mujeres y hombres que alguna vez han sido, son y serán; infinitos hilos que se entrelazan en el tiempo, la geografía, el clima, la mudable escena social, la abundancia o la escasez, la pugna de las ideas encarnadas en los seres y en las instituciones, aquello que es recordado y aquello que es olvidado…La historia es un telar color ido y sonoro de ideas, pasiones, sensaciones y palabras.
En el geografía falconiana florecen los topónimos indígenas: Judibana, Adícora, Mitare, Guaibacoa, Capatárida, Cabure, Murucusa, Quitaragua, Jacura, Taratara, Taimataima, Carayapa, Misaray. Otras voces indígenas se mueven en las aletas, las patas y las alas de los animales: cacuro, guasarapo, cazón, corobu, danta, jaguar, zamuro, chuchuve, guacoa, tuqueque, visure. Otras voces susurran en el follaje de las plantas y amenaza desde sus espinas y seducen desde el aroma de sus flores: guasábara, cují, guay, araguaney, cajuaro, maguey, dividive. Y otras voces amerindias nos hablan desde el cauce del tiempo: Manaure, Diao, Curiana, Bacoa, Todariquiba.
Leemos en el Diccionario de Historia de Venezuela (Tomo III): “Vivía [Manaure] en un poblado grande llamado Todariquiba situado posiblemente en las cercanías de la actual Sabaneta, a orillas del río Mitare, de donde se trasladó a Coro a partir de su fundación [1527], por lo que recibió el nombre de de Pueblo Viejo.” La verdad es que no se sabe a ciencia cierta dónde estaba Todariquiba; arqueólogos e investigadores como J. M. Cruxent, Emiro Durán, Nelson Matheus, Adrián Hernández Baño, José Manuel Trujillo, la han buscado en documentos coloniales y en fatigosas jornadas de trabajo de campo. Mejor suerte han tenido los pintores y los poetas quienes la han pintado y cantado llevados por el instinto telúrico de su sola fantasía y así han llegado a esa Utopía que es Todariquiba.
En un documento dirigido a la Audiencia de Santo Domingo, fechado el 6 de octubre de 1533, Antonio de Naveros y Alonso Vásquez de Acuña, vecinos españoles asentados en Santa Ana de Coro, declaran al Rey: “Un cacique que llaman Don Martín en cristiano y Manaure en su lengua de caquetío que es el más principal indio que se ha a hallado en lo que hasta aquí se ha descubierto en esta provincia, de lo que al presente tenemos noticias es cacique de esta comarca a quien obedecían caciques y principales y todos los indios caquetíos de sesenta leguas alrededor de este pueblo residía y tenía su asiento una legua de esta cuidad [Santa Ana de Coro] en un pueblo que se llama Todaquiba.” Hacia 1531 o 1532, Manaure es llevado por los caquetíos lejos de los desmanes de los europeos invasores para adentrarse en la leyenda.
De la prestancia y poderío del Diao Manaure dan magnifica cuenta los viajeros, los cronistas y ese cantor de gesta de la Conquista que fue Juan de Castellanos. La memoria colectiva recoge su nombre y lo extiende en la geografía del Caribe, Venezuela y Colombia. Pero, a decir verdad, tras su nombre se oculta un enigma. Hacia 1944, escribe Gilberto Antolínez: “¿Encierra la palabra Manaure un denso sentido? Ahora lo veremos. Podemos descomponerla en las siguientes raíces: 1) Ma: grande, elevado; 2) Na: propuesto; 3) Hu: alto, elevado; 4) Ra: rito; en síntesis: el que ha sido propuesto al alto rito. Habría otra manera que sería la siguiente: 1) Ma: grande; 2) Na: propuesto; 3) Hu: elevado, alto; 4) Ra: procedencia; o sea: propuesto por su alta procedencia. En realidad lo que la historia nos dice de Manaure concierta con estas significaciones.” De modo que Manaure viene a ser “el jefe Supremo de los Sacerdotes y Médicos-Magos”.
En Las Elegías de Varones Ilustres de Indias, Juan de Castellanos nos ofrece un retrato moral de primera mano del hombre y de su poder:
“Fue Manaure varón de gran momento,
De claro y sagaz entendimiento.
Tuvo con españoles obras blandas
Palabras bien medidas y ordenadas;
En todas sus conquistas y demandas
Temblaban del las gentes alteradas;
Hacíase llevar en unas andas
Con chapas de oro bien aderezadas,
Y el amistad y la paz después de hecha
La tuvo con cristianos muy estrecha.”
La musa hispánica de Castellanos prosigue haciéndonos ver las virtudes caquetías que tan buena impronta causaron a quienes le conocieron o de él oyeron, y de que usaba el poder con moderación y criterio dan fe estos versos:
“Usaba de real magnificencia,
Sin se le conocer parecer vario,
A sanos y á subyectos á dolencia
Siempre les proveyó lo necesario:
De tal manera, que sin advertencia
Se hizo poco a poco tributario;
Pero jamás desgusto ni molestia
Pudieron perturbarle su modestia.”
“Nunca vido virtud que no loase,
Ni pecado que no lo corrigiese;
Jamás palabra dio que la quebrase,
Ni cosa prometió que no cumpliese;
Y en cualquier lugar que se hallase
Ninguno le pidió que no le diese;
En su mirar, hablar, y en su manera,
Representaba bien aquello que era.”
Hablemos de la morada de Manaure: el topónimo Todariquiba podemos analizarlo en virtud a lo que conocemos del idioma caquetío: Cuiba, Cuiva o Kiba, según Pedro Manuel Arcaya, quien consigna una tradición paraguanera, significa Piedra. Así Yabuquiba sería yabo en piedra o yabal pedregoso; Jadacaquiva: jajato en piedra o jajato pedregoso; en ambos topónimos la primera parte nombra plantas xerófitas. Las Aguas Termales de la Cuiba o Aguas Termales de la Kiba –Aguas Termales de la Piedra– sería topónimo que describe muy ajustadamente la naturaleza calcárea de la fuente de la que manan estas aguas. Recuerda Arcaya que Ciba, según el Padre las Casas –lo mismo consigna Arístides Rojas en Estudios Indígenas– significaba Piedra en la lengua de los indígenas de La Española, de donde Cibao equivale a pedregal. En Coro quedó la tradición, consignada por Arcaya, de que en el desaparecido idioma caquetío, la terminación bacoa, agregada, como generalmente se encuentra a nombres indígenas de árboles y frutos para formar nombres de lugares, indicaba el grosor, el gran tamaño, la abundancia, de las frutas que el lugar producía el referido árbol o el gran número de éste. Frecuentemente la encontramos en el occidente de Venezuela: Coquibacoa, Buchivacoa, Datobacoa, Guaibacoa, Cusubacoa, Tutubacoa, Guambacoa. Buchibacoa: lugar abundante en buches, o lugar de gruesos buches; Datobacoa: lugar abundante en datos –fruto del cardón–, o lugar de grandes datos; Cusubacoa: sitio abundante en cusucas –fruta silvestre–; Guaibacoa: lugar abundante o de frondosos guays: –Ceiba (Bombax sp). Coquibacoa: la considera Arcaya palabra derivada de Quiquibacoa o Chichivacoa, como se escribió en la Crónicas, y significa lugar abundante en guamachos (nombre dado a varios árboles del género Pereskia, fam. de las cactáceas), o bien sitio abundante en dividives (Caesalpinia coriaria), según veamos en chichi la palabra wayuu siichi (guamacho) o el vocablo del mismo dialecto, ichi (dividive).
Nota digna de memoria, según informe verbal hecho a Arcaya en 1905, por Guillermo Cuartín, referido a algunas palabras y expresiones de los indios de Mitare, es la frase de saludo que era así: El que llegaba decía: “Jacamba Judan”. Es decir: ¿Cómo está Usted? Y el saludado respondía: “Judan de cuteo”. Esto es: “Para servir a Usted”. Según Esteban Acosta, en informe verbal hecho Arcaya, contemporáneo del anterior, refiriéndose a una anciana de Mitare que recordaba frases del ancestral idioma, la salutación sería ligeramente diferente: “¿Cachamba cudanga?” –decía el que llegaba. A lo que el saludado respondía: “Cudan de cute”: Para servir a Usted. Saludo pleno de cortesía y de nobles formas.
Camilo Morón
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