viernes, 14 de septiembre de 2012

Una Lanza por Reichel-Dolmatoff


Es notorio que la obra intelectual de Gerardo Reichel-Dolmatoff se inicia, desarrolla, multiplica y culmina en Colombia, si bien su alcance es nuestro americano. Los hechos documentados, a la mano de cualquier investigador  (por novato que sea y sean cuales sean sus intenciones) son los siguientes: “Antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, [Reichel-Dolmatoff] fue invitado a venir a Colombia por recomendación del historiador de ciencias políticas profesor André Siegfried, del College de France, al presidente de la República, doctor Eduardo Santos. En 1942 le fue concedida la nacionalidad colombiana, considerando sus méritos excepcionales, demostrados desde las primeras investigaciones antropológicas que efectuó en el país. En 1943 se casó con la antropóloga Alicia Dussan Maldonado. Durante la guerra, siempre al lado del ilustre profesor Paul Rivet, quien también había sido invitado a Colombia por el presidente Santos, Reichel-Dolmatoff fue miembro activo de la organización de los Franceses Libres en Colombia, por lo cual el general Charles de Gaulle, como presidente de Francia, le otorgó luego la condecoración del Orden Nacional del Mérito. Bajo la dirección de Rivet, Reichel formó parte del grupo de investigación que éste organizó.” (Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores). Este claro legado de compromiso ideológico y político y la  extensa obra (1943-1990) de Reichel-Dolmatoff entre los indígenas y por la comprensión del legado arqueológico han de ser los referentes para evaluar de manera justa, madura y argumentada las contribuciones de un pionero de la Antropología y la Arqueología modernas, de los derechos de los Pueblos Indígenas y la y conservación del legado arqueológico en América.
“Patética” es la única palabra apta para adjetivar la escena descrita por Camilo Jiménez Santofimio en su pasquín “La Historia Oculta”: “Antes de que la voz se le quebrara, hizo una pausa y empezó a respirar con dificultad. Luego dijo: “A mí me duele leer esto”. Dirigió la mirada al fondo del auditorio y permaneció uno, dos, quizá tres segundos en silencio. Finalmente, giró la cabeza hacia un lado y batió las hojas de papel que sujetaba en la mano. Disculpen, me duele porque yo conocí a Gerardo Reichel. En ese momento comenzó a llorar.” Y sin ningún sentido de la proporción o de la Historia de la Ciencia, añade: “El pasado 18 de julio, a las ocho de la mañana, Augusto Oyuela-Caycedo pronunció un discurso que cambiará para siempre la historia de la antropología en Colombia.”
Las acusaciones de nazismo o fascismo  (variables nacionales de una ideología política con millones de seguidores en España, Francia, Inglaterra, Italia, Noruega, EE.UU, Asia, África y América Latina) han pretendido enlodar la memoria de hombres y mujeres que han contribuido al desarrollo de las Ciencias y las Artes en el mundo entero. La miopía histórica, el amarillismo de la prensa (sea cual sea su formato), así como el afán de notoriedad (aunque sean aquellos prometidos 15 minutos) fomentan discusiones de duran apenas unos pocos días para luego ser justamente olvidadas; mientras que las obras bien hechas y las vidas ejemplares (con sus yerros y aciertos) sobreviven para servir de referentes al curso de las generaciones. La vida y la obra de Reichel-Dolmatoff deben ser juzgadas en su profundidad histórica. En palabras de Reichel-Dolmatoff: “Espero que mis conceptualizaciones y trabajos hayan tenido cierta influencia más allá del círculo antropológico. Tal vez soy demasiado optimista, pero me parece que los antropólogos de viejas y nuevas generaciones, según su época y el cambiante papel de la Ciencias Sociales, hemos contribuido a ir develando nuevas dimensiones del Hombre Colombiano y de la nacionalidad. También confío que nuestra labor antropológica constituye un aporte a las propias comunidades indígenas, en su persistente esfuerzo de lograr el respeto, en el más amplio sentido de la palabra, que les corresponde dentro de la sociedad colombiana. Yo creo que el país debe realzar la herencia indígena y garantizar plenamente la sobrevivencia de los actuales grupos étnicos. Creo que el país debe estar orgulloso de ser mestizo. No pienso que se pueda avanzar hacia el futuro sin afirmarse en el conocimiento de la propia historia milenaria, ni pasando por alto qué sucedió con el indio y con el negro no solo en la Conquista y la Colonia, sino también en la República y hasta el presente. Son estas, en fin, algunas de las ideas que me han guiado a través de casi medio siglo. Ellas han dado sentido a mi vida.”
No soy un especialista en la vida y la obra de Reichel-Dolmatoff, tampoco de la historia de la Arqueología y la Antropología colombiana, si soy –parafraseando a Borges– un “gradecido lector”. Como historiador (egresado de la Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela) entiendo la Historia como la obra de los pueblos y no como la obra de los hombres aislados o de los líderes. “Soy hombre; nada humano me es ajeno”, dice el poeta latino. La Segunda Guerra Mundial fue una sangría y un éxodo, de esa sangría y ese éxodo vinieron a dar con sus errores, promesas y esperanzas miles de vidas a tierras de América, y aquí echaron raíces, criaron sus familias, fructificaron en las obras del espíritu y luego fueron sembrados en estos suelos que escogieron como  patrias (o “matrias”, como decía Unamuno). Como con precisión dice Lucien Febvre en “Combates por la Historia”: “El historiador no es un juez. Ni siquiera un juez de instrucción. La historia no es juzgar, es comprender –y hacer comprender–…Es el precio que cuestan los progresos de nuestra ciencia.”

Mgs. Sc. Camilo Morón
Historiador y Etnólogo

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