Recibo
un mensaje de Franyi Sarmiento, periodista del Gabinete de Cultura del Estado
Falcón: “Cumplo con el penoso deber de informar el fallecimiento del Sr. Jesús “Chucho” Morillo Campos,
maestro artesano del barro.” Apenas un puñado de letras nos dicen que una vida
generosa de 77 años ha terminado. Un maestro artesano es como un griot: un conservador de la memoria
histórica a través de la tradición oral. En la novela Raíces (1976), Alex Haley escribe de los griots: “Hoy se dice, con exactitud, que cuando muere un griot es como si se quemara una
biblioteca. Los griots simbolizan el
hecho de que la herencia humana se remonta a un lugar, y a un tiempo, en que no
existía la escritura. Por eso, los recuerdos de los ancianos constituyen el
único vehículo para que todos nosotros sepamos quiénes somos.”
Era
grato ver cómo los ojos del maestro Chucho se encendían como cocuyos cuando
hablaba con Franyi, revelando como al descuido una arista de su personalidad:
la picardía. Nuestra amistad se inició con una respetuosa discrepancia: la
disímil valoración de la obra de Pedro Manuel Arcaya, de familia aristocrática,
prominente funcionario de la dictadura gomecista, sociólogo e historiador de
regia pluma y rigor metodológico. El artesano Chucho no le disculpaba a Don
Pedro sus orígenes y sus ejecutorias políticas; yo ponía el acento en la obra
del científico social. El paso del tiempo fue suavizando las líneas de nuestras
divergencias, sin que desaparecieran. Y eso era lo bueno: éramos amigos con
nuestras diferencias. Un puente entrambos era la pasión por la conservación de
las casas de barro de construcción tradicional, desde la modesta casa campesina
–de cacuro, como le decíamos–, hasta la casa ostentosa del marqués.
El
cuerpo es una casa de barro destinada de desplomarse. El espíritu que mora por
un tiempo en esa casa sobrevive en obras y palabras. Leo en una nota de prensa,
en la que adivino la mano de Franyi, las palabras de Chucho como el eco de una
fuente: “La tierra es vida, amor y cariño. Los artesanos amamos la tierra, el
mundo, la paz. Si los países los gobernaran los artesanos, aquí en el planeta
no habría guerra.” En nota necrológica escribió José Millet, jefe del Centro de
Investigaciones Socioculturales del INCUDEF: “Nos queda su lección de que no
basta conocer, sino repartir entre todos lo aprendido.”
Somos
polvo amasado con sangre y sueños, somos de barro. Del barro venimos y al barro
volvemos. Apenas un pensamiento en noche eterna del tiempo. Ese otro maestro de
ciencia y de vida, J. M. Cruxent, escribió en homenaje al artesano auténtico: “Como individuo sensible, que vive
en una comunidad, funde en el crisol de sus conocimientos ancestrales todo
aquello que atrae su mirada, impresiona su retina y afecta su sensibilidad.
Rechaza las astucias y los recursos que no cuadren con su integridad moral.
Está expuesto a las tentadoras ofertas de los medios comerciales o
especulativos, pero su temperamento independiente y libre le impide caer en
facilismos sin válida y auténtica base.”
El maestro chucho compartió sus saberes en el foro Casas de Barro:
Historias de Vida, convocado por la UNESCO y el IPC. Fue el primer artesano en
dictar talleres de Técnicas Tradicionales de Construcción con Barro en las
aulas de la UNEFM y el IUTAG, dos importantes casas de estudios en la región
falconiana. Nos lega tres escritos aún inéditos sobre sobre las técnicas ancestrales de construcción con barro. Luz que brota del
fogón del saber del pueblo. Tomemos esa antorcha para iluminar este duelo y
pasarla a la generación que viene.
Mgs. Sc. Camilo Morón
Investigador y Docente
UNEFM
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