martes, 7 de febrero de 2012

Gustavo Colina


Cuando el hombre nació, nació la música. Dos entes indivisibles que viven en simbiosis, tal y como vive el maestro Gustavo Colina con su cuatro. Uno de los más remotos recuerdos de la infancia en ese “drum” onomatopéyico con que denominaba al instrumento de su vida, ése que lo ha llevado a conocer el mundo entero y que se ha convertido en su más sublime forma de expresión. Ése que durante años fue subestimado por su sencillez y que ha demostrado en manos virtuosas tener posibilidades ilimitadas.
Las costas falconianas vieron crecer a Gustavo Colina y formaron su instinto musical nato, a través de humildes cuatros de orilla de carretera. Hoy Maracaibo lo acoge y el mundo está atento a sus acordes, que arrancan audiencias de sus asientos en una explosión de aplausos y lágrimas: “La música es el amor de mi vida. No podía escaparme de ella. Mis abuelos tocaban guitarra, uno de ellos era un gran decimista. En mi casa no faltaba un cuatro y a mí siempre me llamó la atención; hasta su olor me encantaba“.
Armado con su cuatro preferido -ése que en vida le hiciera el digno luthier José Ramón Hernández- Gustavo Colina se ha convertido en el gran embajador de la música venezolana y junto a él hizo realidad sus tres producciones discográficas tituladas Del Flamenco al Joropo, Lluvia Sobre elMetal y la más reciente, concluida en el 2006, Calle de la Luna, que contó con músicos invitados de la talla de Yolanda Delgado e Israel Colina, su hermano y vocalista por excelencia: “Este cuatro está integrado a mi alma. Nos conocemos;es más redondo cuando quiero; es algo vivo“. Sus grandes mentores fueron Felipe Amaya, Gerardo Soto y Santiago Hernández. Ellos lo inspiraron durante sus estudios de Música en la Universidad Católica Cecilio Acosta, lo llevaron a dirigir la agrupación Jóvenes Cuatristas de Paraguaná y a convertirse en un conspicuo talento, merecedor de la Orden José Félix Ribas en su Primera Clase,de manos del ex presidente Rafael Caldera. Europa y América toda lo escuchan con respeto; hasta el Carnegie Hall de Nueva York fue conquistado por su sonido impetuoso. Y Gustavo sigue en pie de lucha, con el cuatro en la maleta del carro, siempre esperando una ocasión para ser acariciado y con las puertas abriéndose constantemente por el embrujo de esas cuatro cuerdas que a veces suenan a cien: “No es fácil permanecer en las marquesinas de los teatros, por eso uno debe sembrar para recoger”.

Fuente: Publicado originalmente en la edición 35 de la revista Tendencia Maracaibo(2007)

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