miércoles, 26 de julio de 2017

490 Años de Calor en Coro



La génesis de estas líneas está en una encrucijada entre las cálidas playas del mar Caribe y las gélidas cordilleras de los Andes venezolanos. El texto que origina        –afectiva e intelectualmente– estos apuntes, con ansias de glosa, se titula Calor de Coro;  estos son los datos bibliográficos que trae la Biblioteca Mariano Picón-Salas: “Fue publicado por  primera vez en El Nacional, Caracas, 12 de junio de 1956 (p.4). Más tarde se incluyó en Hora y Deshora (Ateneo de Caracas, 1960), en Obras Selectas (Ediciones Edime, 2da. ed.,  Madrid-Caracas, 1962, pp. 313-317) y en Suma de Venezuela (op. cit. pp. 161-165)”.  Esta trashumancia literaria es indicadora de la significación que Don Mariano dio a la única visita documentada que hizo a Coro y a las líneas que de ella germinaron. La versión que seguimos fue publicada el 22 de agosto de 1988, tomo II, en la Biblioteca que lleva el nombre del admirado polígrafo.

“El calor de Coro –escribe Don Mariano– se atempera por el viento casi constante, el gusto de las frutas que comimos en el mercado, las piscina azul del hotel, el fulgor fantástico de los plenilunios y la cordialidad adivinadora de sus gentes.  Coro es tierra de amigos. A la sombra de un verdadero oasis doméstico, jubiloso de pájaros tropicales, de nísperos, de los cujíes más copudos de la República y de violentas flores de bebería, como el que erigió en su casa, tan abundante de libros e historia regional, Monseñor Mármol, tuvimos reparo de buena conversación y tratamos de entender lo personalísimo de esta ciudad entre todas las venezolanas”.  Un grupo de animosas muchachas invitaron a Don Mariano a una excursión lunar a los Médanos de Coro: “…las muchachas  se quitaron los zapatos, enlunaron sus pies, triscaban por los montículos y bailaron en corro donde la arena era más blanca y más fantasmal”.
Y más adelante, el ensayista nos muestra un trozo de corazón desnudo y apasionado: “Naturalmente cantaron Sombra en los Médanos. Y casi lamenté llegar a Coro con atraso de muchos años, pues, ¡qué promesa de gracia, de agilidad amorosa, de tierna compañía emanaba de aquellas muchachas¡ Ya canoso y desengañado, me contenté con embelesarme en sus danzas y firmarles el álbum de autógrafos. Pero, además, hacen mucho por la cultura regional: animan un Ateneo laborioso, organizaron hace poco una exposición de pintura, forman conjunto musicales y asistieron con interés y cortesía perfecta a la conferencia a la que me invitaron”. 
En síntesis maravillosa, pinta, con un puñado de palabras, una inteligente estampa de la significación histórica de Coro: “Ciudad de excepción entre las venezolanas es esta venerable Santa Ana de Coro. Primada de Venezuela, núcleo de las más arriesgadas aventuras de Tierra Firme, centro de una pequeña civilización indígena que el viejo Manaure –especie de Néstor de los indios–, varón de gran autoridad y sosiego, empluma de leyenda, Coro creó un estilo de vida original que todavía  nos ofrece su asentada solera”.
Don Mariano evoca en líneas cálidas y fantasmales “el chuchube rabilargo de amoroso cantar, pájaro juglar del desierto” –como dice la canción nativa– que busca y llama en la lejanía movediza de las arenas a la muchacha que salió una noche de Luna Llena, llevando en el pecho la muerte de su amor, y se perdió  en los médanos.  Esa es la raíz coriana y literaria de estas líneas. 
La raíz merideña es simple,  en tono sepia y directa: la nostalgia de Coro en los páramos.


Camilo Morón


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