Cuando escribo estas líneas, vestido de frío artificial, bajo el amarillo cielo coriano, un sacerdote perora sobre un santo extranjero; como me distrae su charla apago la radio y comienzo a cazar un brujo a la sombra de la serranía, un seretón en las consejas de las viejas, un griot en la sapiencia libresca de los eruditos, un enigma. Cuando las autoridades coloniales trataron de iluminar los comienzos y el desarrollo de la rebelión de los esclavos en la Sierra de Coro, acaecida el 10 de Mayo de 1795, se dieron a cuidadosos interrogatorios valiéndose de los recursos propios de la época, léase torturas. De estas sangrientas pesquisas dimanó un prolijo documento cuyo primer párrafo reza: “Descubrimientos o averiguaciones informativas del origen de la insurrección de negros bandidos en la jurisdicción de Coro, con su época progresiva y último período hechas por el comisionado D. Manuel de Carrera para inteligencia y gobierno de los Señores Jueces y Superiores que tienen conocimiento de ella…”
En un castellano arcaico, pleno de ceremonias cortesanas, juicios morales y elipsis, nos enteramos que entre los varios motivos que originaron la insurrección de los “negros bandidos”, el comisionado destaca el mal ejemplo dado por los negros libres, una tensión soterrada de 20 años, la ineficacia de las medidas de control de los amos y hacendados –que para el momento eran uno y el mismo–, medidas que no eran “bastante activas para el remedio, y sí poderosas para destemplar el ánimo de los siervos” ; y entre estas causales originales, apunta en breves líneas una figura que, apenas esbozada en un puñado de palabras en el fárrago del extenso informe, seduce la imaginación: “En esta disposición tuvieron los esclavos noticias de la Cédula llamada Código de los Negros y la creyeron tan favorable que desde entonces acá han vivido persuadidos de que aquel Real escrito ordenaba su absoluta libertad de la servidumbre y fascinados por un ocioso llamado Cocofio, cuyo nombre y apellido se ignoran, que fomentaba esta falsedad, nunca ha sido posible desengañarlos. Como el Cocofio fuese un holgazán, y se ocupara viviendo de hacienda en hacienda bajo el especioso pretexto de Curandero con que cubría el cismático oficio, y les hizo creer que se suprimía la Cédula sin su debido cumplimiento por interesadas intrigas de los amos (…) La detestada misión de Cocofio no ganó más terreno por su muerte sucedida dos o tres años hace.” Sin embargo, destaca el documento que la labor conspirativa entre los esclavos de la serranía no concluye con la muerte de Cocofio, pronto encuentra relevos: “…fue sustituido por otro más audaz y artificioso que elevando más sus miras puede graduarse por el principal autor de la turbación aunque apariencia ha tenido este nombre Josef Leonardo, no siendo en la sustancia sino el segundo. Este [el principal autor de la rebelión] era Josef Charidad, negro loango, que fugitivo de Curazao desde muy joven se refugió en esta Ciudad [Santa Ana de Coro].”
Ciertamente apenas una pocas líneas en aquel informe sobre la rebelión de los esclavos, tempranamente fechadas en 1795, pero cuán seductoras… Josefina Jordán en el estudio preliminar a Documentos de la Insurrección de José Leonardo Chirino (Caracas, 1994), ha querido ver en Cocofío –así lo escribe– un griot: un conservador de la memoria histórica a través de la tradición oral en las culturas africanas. En la novela Raíces, Alex Haley escribe de los griots: “Hoy se dice, con exactitud, que cuando muere un griot es como si se quemara una biblioteca. Los griots simbolizan el hecho de que la herencia humana se remonta a un lugar, y a un tiempo, en que no existía la escritura. Por eso, los recuerdos de los ancianos constituyen el único vehículo para que todos nosotros sepamos quiénes somos.” Otra percepción, sugiere Jordán, nos hace relacionar a Cocofio o Cocofío con el oficiante de alguna religión africana como la yoruba, llamada en Cuba “Regla de Oscha” o “Santería”, o de la llamada también en Cuba “Regla de Palo” o “Palo Mayombe”, practicada por los congos, puesto que en ambas religiones se efectúan ritos de curación y, sobre todo en la segunda, estos ritos incluyen el uso de hierbas medicinales. Y siguiendo las interpretaciones que el estudioso cubano Fernando Ortiz hace de la voz coco o koko en el folklore afrocubano, Cocofio sería, según los idiomas bantúes, un personaje misterioso y temible; y, según los bantúes del noroeste, sería considerado un “antepasado” o un “abuelo”; mientras que según los yorubas sería alguien “muy macho”. Haley nos informa que entre los mandinkas el padre debía dedicarse seriamente a la elección del nombre para su hijo. Este tenía que ser un nombre cargado de historia y de promesas, pues según los mandinkas un niño llegaría a tener siete de las características de la persona o cosa cuyo nombre recibía.
Entre los varios epítetos dados a Cocofío en el documento de 1795 –ocioso, holgazán–, es notorio el de Curandero que vale tanto como decir Shamán o médico brujo. Al tratar la iniciación shamánica entre algunas culturas africanas, Mircea Eliade apunta el simbolismo de la muerte y la resurrección místicas, ya bajo la forma de enfermedades misteriosas, ya mediante ceremonias iniciáticas. Asimismo se conocen las iniciaciones por medio de sueños shamánicos: “Por ejemplo –escribe Eliade–, un shamán tuvo, hacia los treinta años de edad, una serie de sueños significativos: soñó con un caballo rojo que tenía el vientre el blanco, soñó con un leopardo que le ponía la pata en el hombro, con una serpiente que le mordió; y todos estos animales desempeñan un papel muy importante en los sueños shamánicos.” Pasado el tiempo el iniciado comenzó a sentir temblores, perdió la conciencia de sí mismo y profetizaba o deliraba en estado de trance. Estas eran las primeras “señales de la elección”; el aspirante tuvo aún que aguardar doce años para ser consagrado Kujun o sabio hechicero. ¿Cuáles habrían sido los sueños del Curandero en su deambular místico y “cismático” en la Sierra Coriana la víspera de la rebelión de los esclavos? ¿Qué tan hondo habría calado la mirada del Curandero la oscurana del tiempo? ¿Sabía…, qué sabía? Ciertamente, apenas disponemos de unas contadas líneas en un viejo documento, de un puñado magro de palabras, pero cuán seductoras. Eso, mientras no caiga su enigmática figura en manos de los hacedores de héroes de hojalata.
Mgs. Sc. Camilo Morón.
Profesor e Investigador UNEFM
Gracias por interesante trabajo.
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