En los espacios históricos de Santa Ana Coro y su Puerto Real La Vela de Coro, se han derramado generosos caudales de dinero; millardos de aquellos bolívares débiles, millones de los bolívares con esteroides, y se dice fácil, y se dice con espanto. Y algo se ha hecho: la restauración de la Iglesia de San Francisco, de la Capilla de San Clemente, del Balcón de los Arcaya, la reconstrucción del Club Bolívar… y una que otra cosilla, como bloquear durante una pesadilla el centro de la ciudad. Se han realizado incontables mesas de trabajo y publicado algunos textos lujosos que llegan a contadas manos.
No se nos malinterprete. Aplaudimos estas contadas y encomiables obras, incluido, desde luego, el faraónico Monumento a la Bandera, aunque ya el hampa ordinaria y realenga lo haya desvalijado, dejándolo malamente en los huesos. Solo decimos que se trata de una filosofía errada, o, cuanto menos, de una política cultural que no acierta dar pie con bola. El error fundamental es que se ha dejado de lado un recurso vital y estratégico: a los falconianos.
Si bien la declaratoria patrimonial solo cubre un puñado de casas y algunas cuadras –v.g. la Catedral no es considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad; es, meramente, edificio de interés histórico–, toda acción conducente a destacar el carácter patrimonial de estos espacios urbanos ha de considerar a la ciudad y sus habitantes –porque es inapropiado decir ciudadanos–. Es absurdo el espectáculo de unas dos cuadritas acicaladas y al volver la esquina, encontrar casas en ruinas como bocas de viejas desdentadas, y calles cubiertas de cráteres como cicatrices de viruela y apilados montículos de basura en los que hurgan el sustento perros sarnosos y famélicos.
En cuanto a los habitantes, nada puede ser más afrentoso que ver los autos estacionados en la zona histórica, mientras sus propietarios atienden sus negocios o están de rumba. Esto debe considerarse como una ofensa grave al gentilicio de los corianos. Cuando se le pregunta a un sufrido policía de a pie, por qué permite tales exabruptos, responde, encogiéndose de brazos, que la camioneta último modelo estacionada sobre la acera es del hijo del diputado zutano, o de la hija del consenjal mengano o del ahijado del gobernador tal. Y pensar que quitaron de sus añosos puestos de trabajo al cepilladero, al cotufero y al viejito tullido que vendía velas en la puerta de la Catedral. Bonito patrimonio.
Lo que urge, lo que en verdad urge antes que el dinero, es sembrar conocimiento, compromiso y conciencia. Conocimiento de quiénes somos y de dónde venimos como habitantes de un espacio urbano en la geografía espiritual y en el imaginario de tiempo, esto es: conocimiento de nuestras raíces históricas, compromiso e identificación con esas raíces ancestrales y obrar consciente y consecuentemente con ellas.
Este sentir y esta herencia no han de ser coto cerrado de unos cuantos privilegiados y un grupito más o menos numeroso de aprovechados que medran a la sombra de la superstición histórica y de los falsos históricos. Así como cuatro paredes y un techo no son un hogar, tampoco cuatro casas viejas son Patrimonio Cultural, a menos que echen sus bases en el corazón y en el cerebro de los ciudadanos. Lo digo como coriano e historiador al que se le alebresta la sangre cuando asiste a las escenas que motivan estas líneas, corriendo el riesgo de morir aplastado por una pared de bahareque ahora que llegó la temporada de lluvias.
El Patrimonio Cultural es un hecho social que se da en dos planos temporales: en el pasado, en cuanto es testimonio y herencia; en el presente, en cuanto impone conocimientos y deberes. El Estado Falcón cuenta con yacimientos arqueológicos que se remontan al Período Paleoindio, hace unos 15.000 años a. p. Magníficos petroglifos, obras de sociedades sensibles y complejas. En toda la varia geográfica del Estado se levantan construcciones que datan de la colonia. El patrimonio de carne y hueso es igualmente diverso: las fiestas populares, las tradiciones como los salves y las turas, la obra viva de los artesanos. Patrimonio es también la flora y la fauna. El patrimonio va mas allá de cuatro paredes de barro, es, ante todo, conocimiento y sentimiento. Lo que decimos no es nuevo, ni pretendemos pasarlo como tal; nos han precedido en otro tiempo y en otro espacio: Mariano Picón Salas, Mario Briceño-Iragorry, Augusto Mijares, Miguel Acosta Saignes, Francisco Tamayo, J.M. Cruxent. Cuando se celebra que nos salvamos por un pelo mocho que Santa Ana de Coro, Ciudad Mariana y primada de las ciudades de Venezuela, fuese vergonzosamente excluida de la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad, preguntamos a los corianos: ¿Qué estamos haciendo con nuestra herencia de siglos? ¿Qué hacemos por los valores vivos de nuestra identidad, por aquello que nos distingue, identifica y singulariza? ¿Qué estamos haciendo por Curiana?
Mgs. Sc. Hist. Camilo Morón
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