En memoria del historiador venezolano Manuel Caballero, comparto con Uds. un recuerdo:
Cuando era un joven estudiante de Historia en la Universidad de Los Andes, tuve la buena fortuna de conversar fugazmente con Manuel Caballero en uno de los pasillos de la Facultad de Humanidades y Educación. Entonces -y ahora-, estaba literalmente fascinado por su libro Gómez, el Tirano Liberal.
Como el escritor cachorro que era yo entonces, pregunté a Caballero cómo escribía sus libros, si tenía algún sistema.
Con transparencia digna del autor que fue, me dijo que no, que no había ningún sistema, que se trataba de un proceso pasional, con largas pausas, sujeto al azar…
Eso es o puede ser cierto en lo referente a la escritura, al oficio de escribir para vivir y vivir para escribir; pero es evidente (para quienes le admiramos ayer, hoy y mañana) que no es así en cuanto a la investigación y la reflexión.
En la nota a la tercera edición de Gómez, el Tirano Liberal, Caballero escribe en las líneas iniciales: “Pedí a mis amigos que me leyesen como si fuesen mis peores enemigos.”
Y concluye: “Pienso como el historiador inglés A. J. P. Taylor, que a menudo el error puede ser fecundo, pero que la perfección siempre es estéril.”
El 12 de diciembre de 2010, viajaba de Caracas a Coro; venía de recibir no sé qué premio en metálico por un libro y como alguna vez recitó Don José Alfredo Jiménez en Gracias, su eterna canción de despedida: “el dinero..., pos no sé ni por dónde lo tiré”. Estaba en Tucacas, frente al “cobalto del Caribe”, como bellamente le describió el poeta cantor Alí Primera. Me enteré por radio de la muerte de Manuel Caballero. Y mirando fijamente la mar, pensé en los versos inmortales de Jorge Manrique en las Coplas por la Muerte de su Padre:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.