¿Cómo se define a sí mismo el Diccionario? Según el solemne Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, en su primera acepción, es un “Libro en el que se recogen y explican de forma ordenada voces de una o más lenguas, de una ciencia o de una materia determinada.” El carismático Diccionario Ilustrado Sopena de la Lengua Española (250.000 acepciones, 5.000 ilustraciones y 32 láminas), se define a sí mismo de manera más primorosa como un “Libro en que por orden alfabético se contienen y definen o explican todas las dicciones de una ciencia o materia determinada.” Eso de “todas las dicciones” es un desiderátum jamás cumplido, limitado por la competencia –o incompetencia– del equipo de diccionaristas –a los que el Sopena también llama lexicógrafos–, la extensión del referido libro, los lapsus –de tiempo y de memoria–, los presupuestos y, finalmente, las simpatías o antipatías de los lexicógrafos.
En un cuento extraordinario –en el sentido literal y figurado– Gérard Klein define la palabra, esencia del diccionario, como “la sal del aire, el perfume de la boca que se aspira por la oreja” y en ese cuento, al que titula De la Literatura, crea un “poeta del diccionario”.
Víctor Bravo, coordinador del Diccionario General de la Literatura Venezolana (2013), describe en la introducción una fotografía: “Quiero recordar una famosa foto de Arturo Uslar Pietri, en su biblioteca. En un primer plano, el escritor, trenzado por la reciedumbre, por la particular intuición sobre su presente. Quizás por la angustia. En el fondo, la impresionante biblioteca, con un desorden propio de la incesante lectura, con algunos títulos que logran leerse desde la perspectiva del que ve la foto: el Fausto de Goethe, las Meditaciones del Quijote de Ortega, y el Diccionario General de la Literatura Venezolana, la edición de 1974 preparada por Lubio Cardozo y un equipo de investigadores. Esa elegante presencia del Diccionario en la huracanada biblioteca de Uslar indica la importancia de esa edición, su gravitación en la cultura venezolana.”
Aquel
“poeta del diccionario” del cuento de Gérard Klein, fue en sus definiciones “a
veces poético, violento, irónico, impetuoso, elocuente, sobrio, enigmático,
hasta francamente oscuro.” Pero siempre fiel a las reglas del género y a su
inalterable modelo: “Así señaló el orden inmutable de la definición: la
palabra, la etimología, un texto corto, un ejemplo, después una rúbrica
variable a manera de moral: (Tecnol.) o todavía (Antig.).”
La Paleoantropología
y la Psicología coinciden en que aquello que singulariza al Homo sapiens sapiens, en una remota
galería arborescente de antepasados y parientes homínidos, es el pensamiento
simbólico, un pensamiento que para cristalizarse requiere de ese símbolo en sí
mismo que es la palabra. En Amor y Terror
de las Palabras, escribió Briceño Guerrero: “En palabras fui engendrado y
parido, y con palabras me amamantó mi madre.”
Por boca de uno de sus
personajes, Klein pregunta: “¿Cuál de nuestros jóvenes que borronean novelitas
para impresionar a las mucamas, testimonian ese fervor ansioso por la palabra?
¿Cuál encierra suficiente audacia para crear él sólo, un género en lo
imaginario?” Y nos conmina a recordar que “de todas las artes, la más grande
porque es la más breve es la definición.”
Camilo Morón
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