sábado, 9 de julio de 2011
No Somos de Aquí ni Somos de Allá. Mataron a Facundo Cabral
Desde Guatemala hasta Argentina, atravesando la carne espiritual y la geografía mítica de México, reverbera una mala nueva: mataron a Facundo Cabral. En Venezuela, entre las dunas de los médanos y el temblor de las leyendas, los ojos se me anegan de lágrimas calientes que se niegan a rodar cara abajo. El corazón siente la patada de este heraldo negro.
Allá en Guatemala, alrededor de su cuerpo acribillado por las balas, entre los vidrios rotos, bajo un cielo color de entierro y de ceniza, se reúnen los curiosos, los heridos, los medios de información, los amantes de su música con flores mojadas por la llovizna de su voz fracturada, los pobres eternos, los pobres de siempre, los pobres necesarios a los demagogos, los pobres peldaños de los políticos, pobres votos, los pobres que son números en las estadísticas y ventas cuando tiñen las páginas de sucesos en los periódicos, los descamisados quemados por todos los soles del sur, los descamisados acariciados por todas las lunas en las noches en vela, quienes alguna reímos sus chistes empotrados entre canciones de protesta estamos todos allá en una calle gris de Guatemala. Desde el concreto y el asfalto mana una canción con una nota de ironía (arma poderosa), una nota de ternura (canción ella sola, canción ella misma). Llegan los corazones lastimados llevando en sus manos fotos, flores, palabras y guitarras a despedir al cantor en la calle ensangrentada desde donde se remonta hasta donde no podemos verlo, ni sentirlo en este valle de lágrimas.
Veo llegar el carro fúnebre y pienso que Facundo se une a Víctor Jara, que anda con Alí Primera en esa senda de muerte brutal, absurda, violenta. Siento, más que pienso, cuando Rubén Darío lloró a José Martí, cuando Julio Cortázar lloró al Ché, cuando Isaac J. Pardo lloró con lágrimas de tinta a Miguel Otero Silva, cuando… Y siento que no soy digno de estas líneas que escribo.
Matan a Facundo cuando Argentina celebra el aniversario de su Independencia y los oídos huérfanos del orbe recuerdan la muerte de Mercedes Sosa, cuando los pueblos de América conmemoran aquellas gestas de luces y violencias que les dieron los frutos sangrantes e inconclusos de sus independencias políticas; porque la otra independencia, la independencia que nos hace falta, la independencia del alma es un asunto aún pendiente. Nuestras mentes, de mujeres y hombres americanos, no pueden ser libres mientras estén atenazadas, engrilladas, enclaustradas por la injusticia, la pobreza del cuerpo y del alma, la desnutrición de la carne y de la inteligencia, la explotación del hombre por el hombre, de la carnicería del hombre lobo del hombre que hace del mundo un charco de sangre.
Cuando escribo estas líneas, rotas y desgreñadas, no se sabe si las balas que le mataron tenían escrito el nombre de Facundo Cabral. Este anonimato sombrío, propio de los cobardes, contrasta con la luz de un hombre que se despidió ante 5.000 personas, que anduvo por ciento sesenta y pico de países, que le cantó al mundo en varios idiomas por cuatro décadas. Esos sicarios, esos sayones, esos bastardos, esos cabrones mataron a un hombre que no es de aquí ni es de allá. No tenían ni puta idea de lo que mataban. Los investigadores, haciendo caso omiso del humor y la ironía, creen que los cabrones esos le dispararon al empresario que había contratado al cantante. Es una hipótesis razonable. Pero olvidan los investigadores que los poetas no mueren, sólo fingen dormir profundamente. “Mi vida es un largo viaje, es un espejo que pasa por todos los estados del hombre: la libertad, la soledad, la ignorancia, y al final la revelación. Después de dar la vuelta al mundo, el viaje termina donde comenzó, en cualquier ciudad de Latinoamérica, tan discutidas como queridas, donde los choferes de taxi psicoanalizan a cualquiera que sube al auto, y a través de la ventanilla veo como el tren de la muerte cruza por la vida o mejor el tren de la vida hacia lugares insospechados… sin saberlo, he preparado esta despedida desde hace 40 años.” En otro lugar de los de su peregrinar dijo: “Voy a cumplir 70. He tenido una vida física complicada y sé que es la recta final. Subo al escenario y canto a las cosas que más amé. Por eso en todos espectáculos cambio las canciones.”
Esos canallas no sabían, no podían saberlo, que tronchaban la voz de un hombre que había perdido y ganado con sabiduría y humor, un hombre que dijo que una mujer con tetas grandes tenía más posibilidades de triunfar en sociedad que un hombre con una mente grande. Y que nadie busque trazas de machismo ni de misoginia porque, como buen poeta, Facundo amó y admiró profundamente a las mujeres: “…Gracias a mi madre. Fue excepcional. Mis amigos psicoanalistas se burlaban de mí por mi complejo de Edipo, pero cuando la conocían, ellos eran los que tenían el Edipo con ella. Mi madre era un fenómeno, si no hubiera tenido tantos hijos por los que luchar para la subsistencia, hubiera sido una gran líder. Aún en plena miseria, en pleno desierto de la Patagonia, mi madre siempre eligió; no permitió que eligiesen por ella. También mi abuela paterna fue maravillosa. Ha habido grandes mujeres en mi vida. Uno de los recuerdos que más me emocionan de niño es cuando mi abuela leía, bajo la parra, a los autores anarquistas. Los leía a los gritos, llorando de la emoción… Mi abuela fue clave en mi formación literaria. Ella hablaba con personajes de los libros como algo presente, como sus amigos. Hablaba de Plutarco, de Horacio, de Balzac. Ahí estaba la raíz de lo que fue la literatura en mi vida. Tuve una base extraordinaria, a pesar de haber sido analfabeta hasta los 14 años.”
En Argentina le lloran en las barriadas, en los cafés, en las universidades y le matan otra vez los políticos en Tucumán porque era menester hacer duelo, los políticos homenajeaban a los muertos de doscientos años atrás y callaban de esta sangre americana aún caliente y cantante que se derramó la madrugada de este día. Facundo Cabral era anarquista y como sabio que era señalaba que una caricia hace menos ruido que una bomba, que no importaba quién hacía al presente más ruido, ruido tan caro a los políticos de toda laya, bajo todas las banderas. El día en que Argentina celebraba en aniversario de su Independencia le mataron, nos mataron al cantor. Y los políticos viejos invitaban a los jóvenes a hacer política, y decían que aquello era una maravilla. Los políticos ignoraban en sus arengas a un hombre que dijo que su madre le había dado los dos regalos más importantes: la vida y la libertad para vivir esa vida. Facundo se definió sí mismo como un hombre salvajemente libre y así vivió hasta más allá de la muerte.
Recuerdo la voz de Facundo entre paredes surrealistas, agrietadas y mohosas, entre las goteras de las lluvias parameras en los barrios de Mérida en los que viví y anduve como un nómada, desde el espacio goliardo de aquella pobreza de estudiante, pobreza querida y más o menos inevitable, por eso pobreza entrañable. Y allí estaba Facundo burlándose de los gringos, de los explotadores, de los y las modelos de belleza, de los banqueros y de los vampiros. Y cantaba junto a Serrat, a Alí, a Silvio, a Pablo, recordaba al cantar a dúo con Alberto Cortez que lo cortés no quitaba lo Cabral… Y fue Cabral sin dejar de ser cortés en su vagabundear por ciento sesenta y nueve países en nueve idiomas.
Hacía años que no lo escuchaba, desde que me arrastraba la cotidianidad asalariada de tener que ganarme diariamente el pan en un trabajo de profesor universitario despreciado y mal pagado, un trabajo que nos sigue como perro hambriento y fiel doquier vamos, desde el aula, hasta la taguara, desde la taguara hasta el hotel barato, en el hotel barato cuando nos hundidos en un cuerpo pasajero, fugaz, desde ese cuerpo hasta la cama donde soñamos con alumnos con caras de exámenes que no saltan como ovejas, que no invitan al sueño, que pintan con su mala escritura malos sueños, y de esos malos sueños caemos nuevamente a la jornada de profesor mal pagado, de investigador incomprendido, de científico burlado a punto de tirar la toalla por los coñazos del día a día. Lo cotidiano es entonces y desde esa perspectiva un abrazo gris que se levantaba frente a una juventud florida con Cabral, Alí, Jara, Soledad Bravo, Mercedes Sosa, Joan Báez, y ese caballo de Troya musical que fue y ha sido siempre la trova cubana. No soy pendejo…y no vengan a decirme que toda ella es la música de América, que nos hermana en nuestra sed de justicia, porque me gustaría comparar las cuentas bancarias, las agendas de viajes, quién jala las bolas de quién y, sencillamente, no es la misma vaina cantar desde el vientre de la bestia que hacerlo desde la amoblada talanquera. Les escribo a los amigos poetas y cantores un mensaje torturado en 160 caracteres:
Mataron a Facundo.
Soy triste y arrecho.
La rabia echa una empalizada
a las lágrimas
para que no corran
hasta su cuerpo tronchado.
América ha sido mutilada.
Los ojos llorosos de Rigoberta Menchú son los ojos ancestrales de la música de América que llora, de los pueblos ancestrales que lloran, de los llanos, las selvas, los desiertos, de cada árbol, de cada pájaro que Facundo cantó en su canto. Estos pueblos desposeídos de sus dioses, de sus lenguas, de sus artes, de sus técnicas, de sus relaciones de parentesco fueron lanzados a los cinturones de miseria de las ciudades americanas y desde allí asisten al brusco ascenso del poeta. “Comencé a cantar para no llorar”, dijo Facundo, la mirada puesta en la niñez áspera, en la juventud convulsa, en la violencia contenida que le bullía en la mirada y que el supo transformar en amor para dar a dos manos por doquier. Pero no era una dádiva ciega, estaba orientada por la solidaridad con las causas de los oprimidos, con la justicia social, con la vida de cada día, con la poesía misma de la vida.
Su vida fue un triangulo amoroso: la literatura, la música y Facundo Cabral. “Si me pongo de pie, soy cantor; si me siento, escribo”. Le fue infiel a todas sus novias con su guitarra. Fue fiel a sí mismo, esa fidelidad le hizo ser anarquista. El anarquismo es una utopía, un credo, una filosofía, una forma de ver el mundo, una forma de pensar las relaciones posibles entre los hombres, una forma de vida, de respeto por la vida. Facundo dijo en una entrevista: “Me siento infeliz de irrespetarte, porque me siento irrespetado.”
Camilo Morón
Santa Ana de Coro, 9 de Julio de 2011
Día de Luto para la Poesía y la Música
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