Mientras navegaba a la deriva en el ciberespacio, reuniendo materiales diversos del naufragio informático para un seminario sobre la Muerte que dictaré en marzo de 2015 (si estoy vivo): Elegías, Epitafios, Acrósticos, Obituarios y otros Paseos Literarios por los Campos de la Muerte, fui a encallar en la página de Global Star RegistryTM. En el encabezado, puede leerse: “Dé nombre a una estrella. El regalo perfecto para cada ocasión.” Pensé como el príncipe Hamlet: “algo huele mal en Dinamarca”. Y me dispuse cautamente a buscar la trampa. Ellos venden un “kit estelar” (lindo nombre) que comprende, cito textualmente: su certificado de estrella, mapa celeste, colgante grabado (bañado en oro o plata) con la constelación y las coordenadas (parecido a las placas de identificación de los militares). Evidentemente, no venden estrellas. No soy tan cínico como parezco a primera, incluso a segunda vista y si alguien tuviese la imprudencia de regalarme el “kit estelar”, archivaría el mapa, enmarcaría el certificado y me pondría -según la ocasión- el colgante grabado.
Ello me hizo recordar con melancolía (según Longfellow, la melancolía es “un deseo sin nada de dolor, parecido a la tristeza en la misma medida en que la niebla se parece a la lluvia.”) aquellos días cuando el cuerpo comenzaba a burbujear con espasmos hormonales de testosterona y lobunamente salía en las noches corianas a dar rienda suelta a los impulsos juveniles. Y como estaba tempranamente corrompido con las canciones de Los Terrícolas, El Punto Sur y Los Ángeles Negros (todos melifluos y agridulces baladistas que aún acompañan mis juergas non sanctas) y había leído a Goethe, a Pérez Bonalde, a Neruda, y pretendía emular al Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand, en consecuencia la emprendía a regalar estrellas a diestra y siniestra, tantas como bellezas arrebatarán el corazón en estro. Nuda veritas (la verdad desnuda), sólo costaban las mentitas románticas que las acompañaban. No recuerdo ninguna de las estrellas regaladas entonces, incluso olvidé los nombres y los rostros (recuerdo vagamente partes de la anatomía) de aquellas bellezas a quienes les regalé los astros. El olvido es un mecanismo de defensa psicológico.
En contraste con aquellos días hogaño marchitos, con la creciente contaminación lumínica cada vez es más difícil ver una solitaria estrella en nuestras cada vez más abrumadoras ciudades. Ponerse a ver el cielo nocturno y señalárselo a una belleza es cuanto menos una imprudencia cuasi criminal consigo mismo y con la compañera. En el cielo nocturno de Coro de fines de año, podemos apreciar con cierta dificultad la constelación de Orión y se necesita paciencia para otear el fantasma brumoso de Las Pléyades. Volviendo al negocio de “vender estrellas”, leí en la sección de preguntas frecuentes de los comerciantes siderales, estas respuestas que me dejaron plagado de preguntas infrecuentes:
¿Hacen ustedes descuentos a compras de grandes cantidades?
Sí, contamos con un programa de descuentos por compras de grandes cantidades. Cada Estuche de Estrella incluye su propia estrella única. Si está usted contemplando un proyecto que le gustaría someter a nuestra consideración, por favor envíenos los detalles a… (aquí la dirección de correo).
¿Será utilizado por los astrónomos el nombre de mi estrella?
No. Los científicos utilizan coordenadas astronómicas para identificar y ubicar las estrellas. No es posible poseer realmente un objeto estelar, pues nadie [o todo el mundo, según sea su punto de vista sobre el tema], tiene derecho de propiedad sobre ellos. Las estrellas son, en esencia, enormes esferas de gas incandescente situadas a billones de kilómetros de nosotros, ¡así que el derecho de propiedad sobre ellas no resulta viable en ningún caso!
¿Mi estrella será mía exclusivamente?
Por completo. Los nombres de las estrellas serán archivados y registrados solo una vez. El nombre de la estrella se archivará en la Bóveda de Inscripciones y se anotará en un libro inscrito en las oficinas de la propiedad intelectual de los Estados Unidos de América.
Los énfasis en los posesivos son míos. En búsqueda de sabiduría, abrí El Principito de mi admirado Antoine de Saint-Exupéry y leí en el capítulo XIII, cuando el Principito llega al cuarto planeta, ocupado por un hombre de negocios, quien define las estrellas como “Millones de esas pequeñas cosas que algunas veces se ven en el cielo…Unas cositas doradas que hacen soñar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre serio y no tengo tiempo de soñar!” El hombre de negocios poseía quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y una estrellas; lo sabía bien porque era “un hombre serio y exacto”. “¿Y qué haces con las estrellas?”, preguntó el Principito. A lo que respondió: “Nada. Las tengo.” Al cabo del tenaz interrogatorio del Principito, el hombre de negocios precisó: “Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez. Es algo difícil. ¡Pero yo soy un hombre serio!” Cuando el hombre de negocios dijo al Principito que colocaría las estrellas en un banco mediante el expediente de escribir en un papel el número de estrellas que tenía y guardaría bajo llave en un cajón ese papel, sabiamente el Principito concluyó para sí: “Es divertido y bastante poético. Pero eso no es serio.” Y le dijo a manera de despedida: “tú no le eres nada útil a las estrellas.”