La casa está en silencio. El musculo duerme tras la lucha por la locha, como se decía en tiempos de los abuelos. La ambición descansa. Grillos y ratones se enseñorean de los rincones, la cucaracha de levita magisterial preside la asamblea de las alimañas. Y desde el humilde rancho, colgado de los barrancos, vecino de las nubes y de las estrellas, pasando por las modestas casas sin pretensiones de la clase media baja, y las pintarrajeadas casas de la clase media alta, hasta llegar a las mansiones de los vampiros de la clase económicamente alta y hasta el mismísimo Palacio de Gobierno, donde duerme el sátrapa de turno sin enterarse de nada, se ven en la penumbra de las habitaciones millares de pequeños ojos encendidos, acechando en la oscuridad. Ojos pequeños, ojos diminutos, ojos de colores: rojos como gotas cuajadas de sangre, verde crudo como la envidia, verde manzana como los celos, azules y distantes como el veneno. Pequeños ojos tenaces, solo visibles al apagarse las luces de la casa donde todos, o casi todos, duermen.
Despertar en el calor mojado de la noche. El cuerpo cubierto por una leve capa ambarina de sudor. La boca seca por los malos sueños. Y, al entreabrir los ojos pesados por las visiones recientes, sentir su presencia. Allí, en los rincones, debajo de la mesa, en los estantes llenos de baratijas y libros de autoayuda, brillan los ojillos como si fuesen ojos de murciélagos metálicos, enfundados en sus pieles de goma y de plástico. No son duendes ni seretones, tampoco son entierros de dinero –aunque cuestan los suyo–, son más bien como vampiros, vampiros de la electricidad.
Se estima que el 12% del consumo eléctrico del hogar está representado por todas esas pequeñas luces que quedan encendidas cuando se supone que los aparatos electrodomésticos está apagados. El equipo de CD tiene una luz azul igual que el codificador de DIRECT-TV, el DVD tiene una luz roja amenazante, la computadora pardea con una luz verde manzana como los celos. El celular es un ciclope de roja mirada, Polifemo que se ha quedado sin sus quesos y sin sus cabras. Polifemo que espera por Odiseo.
Despertar en la noche con una opresión: es como si alguna presencia se hubiese posado sobre el pecho. Un zumbido apenas perceptible desanda la habitación, el ruido nace de las entrañas de pequeños ojos que acechan desde los rincones. Ligeros campos magnéticos que alteran las microscópicas brújulas de la sangre. Un sueño miserable, de lengua estropajosa, un sueño de mala conciencia…
Cada uno puede aportar su grano de arena en cuidar la Madre Tierra, en hacerse cargo de su deber de hijo con la Pachamama: apagar las luces innecesarias, no desperdiciar el agua, no arrojar basura en las calles y en los campos, sembrar un árbol, reciclar lo que pueda ser reciclado, promover con el ejemplo diario una actitud más amable con el planeta y con las especies con las que compartimos este mundo frágil, ajeno y azul. Recordar a San Francisco de Asís en su Cántico de las Criaturas, también conocido como el Cántico del Hermano Sol: “Loado seas por la hermana Agua, / tan útil, tan humilde, / tan preciosa, tan casta…Loado seas, mi Señor, por nuestra / madre y hermana Tierra, / porque ella nos gobierna y nos mantiene, / nos da frutos diversos / y flores de color y verde hierba.”
La Tierra Santa está en todas partes, pues toda la Tierra es Santa. Es tiempo de cruzados, de paladines de la Pachamama, de batallas diarias y pequeñas que como granos de arena formen playas infinitas. Las responsabilidades son colectivas, pero las acciones que hacen la diferencia son individuales.
El zumbido me recibe al despertar como un arañazo. De un manotazo me quito los harapos de las visiones miserables, de las sensaciones culpables. Con agua puesta a serenar bajo las estrellas de las constelaciones del Sur limpio mi rostro del rocío salado de los malos sueños.
El televisor, caja de los tontos, saluda la mañana con su único ojo rojo. La computadora pardea con puntos color verde manzana como celos congelados. La impresora brilla en la penumbra con una minúscula hoguera naranja. Comienzo la cruzada y los apago uno a uno al cortar sus cordones umbilicales. No son estacas, son espinas diarias clavadas en los corazones de los vampiros de la electricidad. El celular es un ciclope de roja mirada. Soy Odiseo, enceguezco el ciclope, lo desconecto.
Camilo Morón
No hay comentarios:
Publicar un comentario