martes, 7 de febrero de 2012
Juan Calzadilla: La Compresión del Arte como Poética
Ocurre que ocasionalmente los caminos se encuentran, lo que no suele ocurrir tan frecuentemente es que se encuentren los reflejos. La obra de Juan Calzadilla es plural, generosa y ha seguido rumbos que para los ojos no habituados a los paisajes inagotables, pueden resultar contradictorios o, cuanto menos, divergentes. En tanto que historiador, la obra de Calzadilla como crítico e historiador del arte me resulta familiar desde mis días de estudiante en la Universidad de Los Andes, sus trabajos publicados en la Revista Nacional de Cultura, en la Revista Biggot y otras publicaciones especializadas eran fuente de consulta más o menos obligada y siempre placentera. Pero parejo a este conocimiento me era por entero desconocida su labor como Poeta –sí, así, con mayúscula–. Hay muchas formas de explicar este absoluto desconocimiento –aunque ninguna es una excusa–: Primera, en mis años mozos leí esencialmente autores europeos, desde los románticos, pasando por los simbolistas, amainando en los surrealistas y concluyendo en la lírica de grupos como Pink Floyd o Led Zeppelín. Entre los autores de septentrión frecuenté a Melville, Poe, Twain, London y los poetas urbanos y drogadictos de la Beat Genenation; (salvo al Hemingway de Por Quién Doblan las Campanas y El Viejo y el Mar, me ahorré el aburrimiento aguardentoso de la Lost Generation). Segunda, tenía una deuda con la literatura americana que me costaba saldar: tarde leí Pedro Páramo, rehuí paladinamente El Señor Presidente y confieso no haber leído La Cuidad y los Perros. Entre los escritores venezolanos ya había hecho mis selecciones adolescentes: Pérez Bonalde, Andrés Eloy Blanco, los dos Garmendia, Miguel Otero Silva y el Adriano González León de País Portátil; y estaba hechizado hasta la necesidad del exorcismo por este Tierra de Gracia de Isaac J. Pardo. Como historiador leí a los historiadores: Lisandro Alvarado, Gil Fortuol, Pedro Manuel Arcaya, Laureano Vallenilla Lanz, Mariano Picón-Salas, Mario Briceño Iragorry, Manuel Caballero. Era el mío un caso sintomático del mal que augurase Ortega y Gasset en el claustro universitario: especialización.
Un feliz azar vino a remediar parte de mi docta ignorancia. En la tienda de libros usados del recordado J. Santos di por pura casualidad con un libro desnudo, como si le hubiesen arrancado la piel al quitársele la portada, un libro de páginas amarillas, de bordes roídos por la humedad, el tiempo, los grillos y los ratones andinos…Entonces, al abrirlo, me enteré con sobresalto que Juan Calzadilla, el atinado crítico de arte, el historiador escrupuloso, el ensayista de prosa amonedada, me enteré entonces, enfatizo, que era Poeta. Y fue un descubrimiento como si un rayo cayese de un cielo despejado. Pese a haber estudiado Historia, Historia del Arte y Educación en una Facultad tumultuaria como la nuestra de Humanidades y Educación nunca, pero nunca alguien me susurró que Calzadilla fuese Poeta. Pero este era un secreto a voces: lo sabían los abogados que trasnochaban madrigales, los hongueros entusiastas de la bohemia merideña, los artistas en ciernes y los artistas consagrados. Y sobre todo lo sabían mis profesores quienes le habían conocido en los años de la juventud que quería tomar por asalto el cielo en los años de las décadas prodigiosas de los 60 y 70.
Estas líneas están pensadas para los poetas que desconocen que Juan Calzadilla es historiador. Espigaré en este campo algunos pasajes que ilustren al Calzadilla que entonces conocí y a quien el descubrimiento de aquel libro despellejado casi me lo pinta infinito.
Camilo Morón
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