El Diario de Bucaramanga, de Louis de Perú de Lacroix, parece ser un libro destinado a la polémica, fuente siempre viva de controversia, fascinación del debate, obra que es “tierra de nadie”. La génesis misma del documento, su contradictoria historia editorial, la sustancia misma de la que está hecho, han dado motivo a discusiones eruditas, equívocos lectores y chismes de academias y pasillos…
La historia editorial del Diario de Bucaramanga puede calificarse de laberíntica. Lisandro Alvarado saluda una de sus ediciones en un ensayo titulado Los Libros del Centenario (revista Sagitario, 1° de Abril de 1911, Caracas), nos dice que según el Ejecutivo Nacional, se publicará para conmemorar la efeméride el Diario de Bucaramanga: “La idea es excelente –escribe Alvarado–, y la nueva la saben todos. Muchos de los lectores nos alegramos sin duda con semejante libro; pero es probable que no a todos siente bien esa lectura, un si es no es escandalosa para aquellos que a su manera conciben la historia y a los historiadores.” Las primeras noticias generales de la obra las encontramos en la nota suicida de Lacroix: “Diario de Bucaramanga o vida pública y privada del Libertador Simón Bolívar, presidente de la República de Colombia, un grueso volumen (…) está depositado en manos de mi digno y respetable amigo el marqués Francisco Rodríguez del Toro, general de división de la República de Venezuela, residente en Caracas, capital de Venezuela.” El marqués del Toro debía poner la obra en manos del cónsul francés residente en Caracas y enviarla a París, en valija diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores. Lacroix declara vísperas de su muerte: “No sé que haya llegado”. De hecho, nunca fue enviada a París ni a ninguna otra parte –este detalle es importante, como luego se verá– y la obra permanecerá inédita hasta 1870. Lacroix había dispuesto que fuese publicada por los administradores del diario El Siglo, con la única condición que un número determinado de ejemplares fuesen entregados a ciertos destinatarios, entre ellos su viuda. Y concluye con espartana sencillez: “Mi sepultura me inquieta poco: sin embargo, si mi voluntad pudiese valer algo, yo pidiera el entierro del simple soldado, que fue mi primer grado militar en Francia.”
En 1910, en la edición 440 de El Cojo Ilustrado, se publicó el índice correspondiente al mes de Abril. Hagamos notar que el Diario comprende los meses de Mayo y Junio de 1828. Del mes de Abril, conocemos el Sumario, pues es el tomo desaparecido del Diario de Bucaramanga. Lisandro Alvarado cotejó la edición de 1870 con un códice que cortésmente la facilitara “el venerable y muy docto académico general Pedro Arismendi Brito.” Constaba ese manuscrito de dos cuadernos marcados con las denominaciones de tomo 2° y tomo 3°, los cuales comprenden las páginas 167-323 y 323bis-427.Las fechas son: en el tomo 2°, del 2 de mayo hasta el 25 de mayo; en el tomo 3°, del 26 de mayo al 26 de junio. Esto es, lo que actualmente conocemos del Diario de Bucaramanga. En la portada del tomo 2°, Alvarado leyó esta nota: “Literalmente copiado del original que escribió el general, entonces coronel, Luis Perú de Lacroix. Debe tenerse en cuenta que el escritor era francés.” Al final del tomo 3°, había esta nota: “La que precede es copia fiel y literalmente sacada y terminada en Caracas hoy viernes, 22 de mayo de 1863.” Alvarado comprobó la data de antigüedad de la copia manuscrita determinando el papel empleado en ella: “que es español llamado de orilla –diagnóstica con precisión–, plegado en cuartillas, cuyas dobles fechas varían de 1856 a 1863.” Y señala de manera ominosa: “En el tomo 2° faltan cuatro hojas, desde la página 295 hasta la 302, y en su lugar hay una hoja en blanco. ¿Habría allí algún dato horripilante? Es posible.” Una vez más, como sucede siempre, la realidad histórica supera con creces, en misterio y belleza, la palurda falsedad literaria.
Pero qué contienen estas páginas que tanta polémica y fascinación han despertado, hasta el punto de haber sido censuradas y alguno haya pretendido falsificarlas. Una vez más, sigamos el acertado juicio de Lisandro Alvarado: “Observemos ante todo la negra suerte que tuvieron el autor del Diario y quien lo motivó. Lacroix se suicidó en 1837 y Bolívar murió, como es sabido, dos años después de la convención de Ocaña, ya definitivamente envenenado con la hipócrita y ruin ambición de Páez. No es extraño que ambos usasen de una brutal franqueza para expresar sus impresiones y calificar a los actores de la tragedia política que se dio en llamar Federación. El tiempo dirá, cuando se descubran los archivos y documentos privados, que hoy con temor se guardan bajo llave, cuál grado de exactitud cabe al Diario de Bucaramanga.” Y más adelante describe en estos términos el ánimo de Bolívar que corresponde a este período de su vida: “A seis u ocho jornadas contemplaba la tempestad que rugía en Ocaña, y la brega ya empeñada entre santanderistas y bolivianos; sus juicios más acerbos no por esto se referían a sus enemigos, sino con frecuencia a viejos conmilitones suyos, algunos de los cuales le acompañaban por entonces.” Gil Fortoul, quien también conoció y reflexionó sobre las páginas del Diario, describió el talante de Bolívar calificándolo de “acceso de misantropía.” Este es, pues, el marco vital en el que fueron escritas esas páginas: el ocaso político de Bolívar. Sin embargo, hay en ellas una energía tal, que mana del hombre que las motivó, que no podemos menos que sentirnos atraídos hacia aquella vida que se extingue; y no nos referimos a la anécdota menuda “como su predilección por el buen vino y su gusto de desayunar con arepas”, sino a un retrato moral y humano del grande hombre, un retrato hecho por un testigo histórico de excepción, no por su condición sino por su cercanía.
El Diario de Bucaramanga nos ofrece un retrato de Bolívar: el retrato de un hombre en una esquina de su tiempo. Aquél hombre concreto que evoca Unamuno en las primeras líneas Del Sentimiento Trágico de la Vida: “El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere –sobre todo muere–, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano.” Entonces, en 1870, en 1911, como ahora es labor loable editar –y más aún leer y meditar– El Diario de Bucaramanga, acaso esta estampa humana, demasiado humana de Bolívar, pueda acercárnoslo como un hombre de carne y hueso, el hermano, el verdadero hermano.
Mgs. Sc. Historiador Camilo Morón